La debacle del Partido Nacional Escocés en las elecciones a la Cámara de los Comunes británica de este jueves deja en nada los propósitos de reeditar un referéndum pactado con Downing Street para hacer de aquella autonomía un país independiente de Londres. La ola laborista se hizo sentir especialmente allí. De modo que el nuevo 'premier', Keir Starmer, no tiene un interlocutor más representativo de los escoceses que los representantes de su propio partido, después de que los nacionalistas hayan pasado de 48 a 9 escaños en Westminster. Es el resultado de la crisis que el SNP no acaba de superar desde que Nicola Sturgeon se vio obligada a retirarse a causa de irregularidades en la financiación del partido. Pero sobre todo a partir de que hace casi diez años, con una participación del 84,59% de los escoceses con derecho a voto, un 55,3% votara 'no' a que «Escocia debería ser un país independiente», frente a un 44,7% a favor de que lo fuera. La negativa de la Corte Suprema del Reino Unido a que el Parlamento Escocés pudiera convocar unilateralmente una segunda consulta evitó que Escocia volviera a dividirse en dos a finales de 2023, probablemente con un escrutinio desfavorable a la independencia.
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Este 4 de julio de 2024 ha hecho de la experiencia escocesa una señal disuasoria para las aspiraciones secesionistas en Cataluña y en Euskadi. Los soberanismos en ambas comunidades llevan años refiriéndose alternativamente a Quebec y a Escocia como ejemplos a seguir en la búsqueda de una desconexión pactada con el Estado constitucional. Pero ni la 'ley de claridad' en Canadá, ni el acuerdo alcanzado con David Cameron para llevar adelante la consulta escocesa condujeron a la independencia. El fiasco del 'procés' demostró que la población rehúye la ruptura con la legalidad, aunque la secesión fuese avalada por la Generalitat hasta conceder verosimilitud a la gestación de una república propia. De modo que hoy la opción independentista en la comunidad catalana se encuentra en sus horas más bajas. En las elecciones vascas el PNV y EH Bildu sumaron el 67% del voto. Pero sin que ninguna de esas dos formaciones solicitase el apoyo social para dar cauce a un proceso rupturista. El secesionismo se aferra a la creencia de que la identidad nacional tiene la independencia como destino histórico ineludible. Pero Escocia ha vuelto a demostrar que la sociedad democrática busca la convivencia frente al divisionismo que alienta el referéndum.
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