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El triunfo en las elecciones presidenciales de Rumanía del ultranacionalista, prorruso y anti-OTAN Calin Georgescu, a quien las encuestas solo pronosticaban un 6%, ha activado las alarmas sobre una posible injerencia rusa en el proceso electoral. Prácticamente desconocido en la vida política rumana, Georgescu centró su campaña electoral en el ámbito de las redes sociales y un sospechoso apoyo virtual de segmentos juveniles del electorado. Aunque no existen evidencias de fraude en las urnas y el país ha llegado a las elecciones con un fuerte descontento social por la elevada inflación, el llamativo respaldo del 23% de los votantes a Georgescu ha generado estupor en la república y en la Unión Europea. A la espera de la segunda vuelta, en la que deberá hacer frente a la europeísta y conservadora Elena Lasconi, el gobierno rumano, con ayuda europea, tratará de blindarse frente a lo que ya se denomina guerra híbrida de origen ruso y posible violación de la seguridad nacional. Rumanía se juega en este proceso perder todo lo construido en la democracia posterior a la época post-soviética, la integración en la Unión Europea y la OTAN, mientras la Europa comunitaria arriesga perder la garantía de la limpieza de su sistema democrático.
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