Siguiendo la estela de otros países, en algunos campus universitarios españoles se han levantado campamentos para protestar por lo que está sucediendo en Gaza. En Castilla y León, parece que no o, si lo han hecho, las protestas de nuestros universitarios han sido de ... perfil tan bajo que igual las ha eclipsado la historia de las monjas sublevadas de Belorado, el falso cura coctelero y el obispo también falso que ha escapado de una novela decimonónica ('La Regenta', por ejemplo).
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Quizás nuestros jóvenes están ya instalados, prematuramente, en el cinismo y en el escepticismo de los adultos, que cuentan los niños muertos como quien cuenta ovejas antes de dormirse. Cuando se tienen veinte años, mucha gente quiere cambiar el mundo; cuando se han cumplido cuarenta y tantos, nos conformamos con cambiar de vez en cuando las cortinas del salón.
A mí las protestas de los jóvenes me parecen siempre dignas de elogio, y lo digo sin ninguna ironía. No van a rectificar el desastroso rumbo de los acontecimientos, pero por lo menos lo intentan. Frente a ellos, encontramos la ineficacia altisonante de las grandes instituciones. Josep Borrell ocupa el cargo de (aquí que suene un redoble de tambor) Alto Representante para la Política Exterior y la Seguridad Común de la Unión Europea. Cobra más de 300.000 euros brutos al año por salir en los telediarios diciendo a Netanyahu que ya le vale, que 30.000 muertos, en su mayoría civiles, quizás es un poco exagerado, que vaya parando si no es mucho pedir. Antes, Borrell ya amenazó a Putin con tomar medidas muy duras contra él: le bloquearon la cuenta de Netflix o algo así.
El mundo es un barco que se hunde (en parte por el lastre de tantos políticos superfluos). Por eso, me encantaría ver también a los jóvenes de esta región sacando a las calles las tiendas de campaña con las que acuden a los festivales de música, pintando unas cuantas pancartas con eslóganes de rima consonante e incluso cortando el tráfico con barricadas en llamas.
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Todo será inútil como lo fue la acampada del 15 M en la Puerta del Sol, de la que ya han pasado nada menos que trece años. Entonces sí que pareció que se iba a conseguir algo; pero todas aquellas utopías (darle la vuelta al calcetín, acabar con la casta) se ahogaron en la piscina de un chalet en Galapagar.
Todo será estéril, estaba diciendo, pero el gesto habrá merecido la pena. Los jóvenes habrán demostrado, por citar el verso de Claudio Rodríguez, que están «en derrota, nunca en doma», que no son (todavía) como todos esos hombres del traje gris.
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