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El Gobierno de Salvador Illa, el primero en solitario del PSC en Cataluña –también el primero no independentista en catorce años–, tomó ayer posesión con el objetivo de abrir una nueva etapa que permita avanzar hacia la normalización política en esa comunidad tras el terremoto desatado por el 'procés'. Una vez superada la fiebre secesionista, como demostraron los resultados de las elecciones autonómicas, ello equivale a poner el foco en los verdaderos problemas de la ciudadanía –desde la sanidad a la vivienda y la mejora de las infraestructuras– y acabar con los discursos divisivos que han tensionado las relaciones institucionales. El presidente de la Generalitat se ha rodeado de un equipo compuesto por miembros del 'núcleo duro' de su partido y al que la presencia como consejeros de altos cargos de ERC y la antigua CiU dota de la transversalidad que había anunciado. Tales incorporaciones muestran a la vez su talante abierto y su precariedad parlamentaria –42 escaños de 135–, que condiciona sus promesas de cambio al depender por completo de Esquerra y los Comunes, las formaciones que apoyaron su investidura.
El Govern se estrena con dos grandes desafíos encima de la mesa. Por un lado, la inexcusable reforma interna de los Mossos d'Esquadra, sumidos en una grave crisis tras el monumental ridículo que supuso la huida de Carles Puigdemont con la ayuda de varios agentes. Por otro, la salida de Cataluña del régimen común de financiación autonómica para recaudar todos los impuestos y entregar al Estado una aportación cuya cuantía y mecanismo de cálculo están por definir. Una cesión a ERC que ha abierto en canal al PSOE como no lo había hecho ninguna otra decisión de Pedro Sánchez y que, por mucho que se revista con alusiones a una supuesta solidaridad aún por concretar, supondrá más recursos para la Generalitat a costa de las demás comunidades. El atronador silencio del Ejecutivo central sobre este asunto es injustificable.
Illa, un socialista quien se siente más cómodo en el acuerdo que en la confrontación, ha comenzado su mandato con pies de plomo y guiños que también causan controversia en su partido como la defensa de «la nación catalana» dentro de una «España plurinacional». Su acceso al poder constituye un éxito para Sánchez y plantea un doble desafío de enorme exigencia: devolver la estabilidad a Cataluña y mantener la mayoría que lo condujo a la Moncloa pese al malestar de Junts. Una cuadratura del círculo de difícil encaje.
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