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La promulgación de la ley marcial por el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, retirada en cinco horas ante la votación en contra del Parlamento a tal medida de excepción, difícilmente podrá superarse en aquel país si quien la decretó el martes no renuncia a su cargo o no es obligado a hacerlo por el Legislativo con el parecer favorable de la mayoría del Tribunal Constitucional. Pero resulta inquietante que la gobernabilidad de la mitad democrática de la península coreana se viera envuelta en un golpe de mano que sus Fuerzas Armadas pudieron secundar por el deber legal de cumplir la orden presidencial, aunque dejando tras de sí la sospecha de que sus generales estaban al tanto de las intenciones del mandatario. El dimisionario ministro de Defensa, Kim Yong-hyun, pidió perdón ayer y asumió la responsabilidad del desconcierto. Pero la rotundidad del gesto no pudo ocultar la ambigüedad de sus explicaciones ante una resolución que conllevaba el cierre de un Parlamento que se aprestó a oponerse a la confusa intentona y la supervisión gubernamental sobre los medios de comunicación.
El mundo está experimentando tantas tensiones y conflictos simultáneos que la mera eclosión de las desavenencias partidistas en un país acostumbrado a que su Cámara legislativa sea un plató propicio a enfrentamientos físicos entre sus electos hace temblar a las naciones libres para solaz de las autocracias que buscan desestabilizar la convivencia entre los seres humanos adscritos al Estado de Derecho. El vértigo vivido por el fallido golpe de Yoon Suk-yeol no apela únicamente a la necesidad de que Corea del Sur se vacune esta vez contra el cainismo político. Sus ciudadanos han de sentirse, además, especialmente responsables en defensa de la democracia y de las libertades, de la paz y la legalidad internacional en el resto del mundo puesto que están llamados a ser baluarte frente a la amenaza del régimen de Kim Jong-un y ejemplo para que los vecinos del norte vean en el sur la luz que al presidente se le ocurrió apagar para acaparar todo el poder.
Estados Unidos, los socios de la Unión Europea, Reino Unido, Japón y Australia no pueden mostrarse solo aliviados porque la cosa no fuese a más el martes. Han de reforzar el diálogo y la cooperación con Corea del Sur para que nada semejante llegue siquiera a poder ser imaginado, contribuyendo a realzar la institucionalidad de su democracia.
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