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El presidente del Parlamento catalán formalizó ayer una carencia más que anunciada en aquella comunidad. Nadie se presenta al trámite de designación para pilotar la Generalitat en los próximos años. Salvador Illa, porque el PSC no acaba de asegurarse «una mayoría de progreso»; ni siquiera para dar paso al vencedor indiscutible del 12 de mayo. El autoexiliado Carles Puigdemont porque, a la espera de que el Supremo se pronuncie sobre su situación procesal, trata de impedir que ERC se incline por Illa elevando su amenaza sobre la continuidad del mandato de Sánchez. En el corto plazo, la singularidad financiera no es una solución. Es un enredo que aboca a Cataluña a una repetición electoral el próximo mes de octubre. Basta que la amnistía se trabe a causa de la inconsistencia jurídica que vienen señalando distintos expertos. Ni siquiera el referéndum vindicado por el independentismo tendría tiempo para convertirse en motivo de discordia general y desacuerdo entre los negociadores. El anuncio de Josep Rull, de que la cuenta atrás se pondrá en marcha en el pleno «equivalente» del 26 de junio, no es una mera metáfora. Es el espejo ante el que Cataluña se resiste a mirarse desde hace demasiados años.
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