La campaña que concluirá en las elecciones generales del 2 de junio en México, la más violenta de su historia reciente, ha costado ya la vida al menos a veinte candidatos, además de registrar once secuestros y cientos de amenazas. El clima de coacción y miedo está condicionando el proceso democrático hasta el punto de que el número de aspirantes que han renunciado a concurrir por miedo es imposible de conocer. Los trascendentales comicios para elegir al sucesor de Antonio Manuel López Obrador y renovar el Congreso, dirigentes municipales y varios gobernadores se ven comprometidos por una violencia endémica y estructural. Pese a que las autoridades han prometido garantizar la seguridad de votantes y representantes, la realidad es que en numerosas localidades la participación será ínfima. El irrespirable clima que el presidente saliente anunció que combatiría emana del crimen organizado pero también de rivalidades políticas que se zanjan con la eliminación del adversario. Ahora, más que nunca, el gran país azteca, que sentará el 1 de octubre a la primera mujer en la presidencia, requiere de liderazgos democráticos y decididos a combatir los crímenes y la impunidad.
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