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La decisión de Marine Le Pen y Matteo Salvini de romper con Alternativa para Alemania (AfD), con la que Agrupación Nacional y la Liga compartieron el grupo Identidad y Democracia los últimos cinco años en la Eurocámara, llega en el momento más inoportuno para una extrema derecha que aspira a reforzar su presencia el 9-J y a imponer su agenda extremista. Como reconocen sus ya exaliados, en puertas de la cita con las urnas la cercanía con la formación germana se ha vuelto «demasiado tóxica» para unas siglas que llevan años en un proceso de blanqueamiento que les permita ensanchar su base electoral. El detonante del alboroto fue la consideración por el principal candidato de AfD al Parlamento Europeo, Maximilian Krah, de que no todos los miembros de las SS fueron criminales. Un exabrupto que no le apea de la cabeza de cartel, aunque no aparecerá en actos públicos, y que palidece ante los objetivos de un partido que ha llegado a clamar por la expulsión de los alemanes sin origen ario y cuyos presuntos vínculos con Rusia y China controlan los servicios de espionaje de su país. El resultado de las elecciones pondrá a prueba la sinceridad de la ruptura en las filas ultras.
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