La falta de lluvia durante meses, con los embalses bajo mínimos en gran parte de España, y las montañas sin asomo de neveros han convertido la sequía en una amenaza muy preocupante para la agricultura y la ganadería, para numerosas localidades que temen restricciones ... y, en esa medida, para el turismo. Aunque sus efectos alcanzan lógicamente al acceso a los alimentos y a su coste, así como a una parte significativa de la industria. La 'pertinaz sequía' ha afectado cíclicamente a nuestro país. Como llegó a hacerlo en la cornisa cantábrica en 1989. Pero lo que está pasando sin cesar durante este siglo obedece al cambio climático.
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La carencia de recursos hídricos afecta a la cuenca mediterránea y afecta al conjunto de Europa. La navegación fluvial por los grandes ríos del continente se ha visto en problemas en 2022, como lo estuvo en 2015, por falta de caudal. Llevamos meses sabiendo que los últimos siete u ocho años han sido los más cálidos de la historia para el planeta. El pasado verano, más de cuarenta provincias españolas estuvieron durante más de cuarenta días bajo olas consecutivas de calor. La estación estival duró seis meses en gran parte del país, incluida la franja norte. La próxima semana se esperan temperaturas propias de julio. Y las predicciones de cara al verano no auguran un cambio sustancial, al margen de algunas precipitaciones esporádicas. Que la sequía alcance también al otoño sería atroz para infinidad de cultivos y explotaciones, para el agua de consumo en los hogares y el funcionamiento industrial. Afectaría a nuestra soberanía alimentaria y a la de Europa entera.
El problema se ha vuelto central en la conversación pública y en la discusión partidaria. Aunque Gobierno y oposición, izquierdas y derechas, partidos y administraciones están evidenciando dificultades para gestionar esta mala noticia. Como les ocurre ante cada vaticinio negativo. Es hasta cierto punto comprensible que los responsables públicos tiendan a tratar los efectos del cambio climático como un desafío inexorable o como un asunto que afrontar sin dramatismo. En un año de elecciones sucesivas, la sequía aparece como una variable desconcertante para el cálculo partidario. La novedad más positiva sería que las fuerzas políticas y las instituciones se avinieran a concertar un pacto de mínimos para gestionar el agua de todos frente a las adversas consecuencias tanto económicas como sociales que representa su escasez.
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