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La investigación contra Luis Rubiales promovida por la Fiscalía para determinar si el beso presuntamente no consentido en la boca a la jugadora Jenni Hermoso puede constituir un delito de agresión sexual sitúa en una nueva dimensión el escándalo que le ha costado, por ... ahora, la suspensión provisional de todos sus cargos por parte de la FIFA. El ministerio público ha eludido intervenir hasta que la afectada ha declarado que se sintió «vulnerable y víctima de una agresión». Además, se ha dirigido a ella para informarla de sus derechos por si desea denunciar a su antiguo superior jerárquico. El Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAD) solicitó anoche al Gobierno más información antes de decidir si abre un expediente al ya expresidente de la Federación Española de Fútbol por la posible comisión de una falta muy grave, lo que conllevaria también el apartamiento de sus funciones.
Es preciso deslindar los terrenos propios de la Justicia ordinaria y de la deportiva, y el comportamiento ético exigible a un responsable público. Al margen de que Rubiales haya incurrido o no en un ilícito penal –lo que corresponde decidir a los tribunales– o vulnerado la Ley del Deporte, el casposo machismo que exhibió en la celebración del Mundial brillantemente ganado por la selección femenina no puede ser compatible con el cargo que ocupaba. Su esperpéntica intervención posterior ante la asamblea, en la que el acusado de abuso se disfrazó de mártir, retrata a un dirigente que no parece haber entendido en qué consiste el inexcusable respeto a la dignidad de las mujeres. Su actitud, delictiva o no, ha dañado la imagen de un país al que, por otra parte, flaco favor ha hecho en sus aspiraciones de organizar el Mundial masculino de 2030.
Con ser relevante este objetivo, lo es mucho menos que la necesidad de regenerar el fútbol poniendo de manifiesto, como dice el eslogan acuñado por las campeonas del mundo, que «se acabó» el tiempo de siniestros personajes como Rubiales, cuyos turbios manejos no tuvieron en su momento la respuesta adecuada. De ello han de tomar nota los responsables interinos de la federación. La demagogia ha de quedar al margen de este proceso. Por ejemplo, la peregrina teoría de que los futbolistas ganan más que las futbolistas «por ser hombres» y no por unas leyes del mercado que la vicepresidenta Yolanda Díaz no puede ignorar. La desigualdad que denuncia también se da, y por el mismo motivo, en el balompié masculino.
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