Es natural que la Iglesia sienta «dolor y vergüenza» por los casos de pederastia descubiertos en su seno y pida «perdón» por ellos, como ha hecho esta semana el secretario de la Conferencia Episcopal. Lo es menos que esas tropelías constitutivas de delito pudieran ... ser perpetradas durante décadas sin que se activara ninguna señal de alerta, cuando no en un ambiente de silencio cómplice e impunidad. La investigación al respecto encargada por la jerarquía católica a un bufete de abogados representa un paso valioso en el resplandecimiento de la verdad, aunque haya llegado tarde y pueda resultar insuficiente.
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Las 971 víctimas contabilizadas hasta ahora y los 728 abusadores sexuales de menores identificados en unas pesquisas que se remontan a 1950 dan una idea, aunque sea parcial, de la magnitud de esa lacra. El reconocimiento sin paños calientes del daño causado, el trabajo sincero en su reparación y la colaboración efectiva con la Fiscalía en los casos que no hayan prescrito –una obligación que la Conferencia Episcopal acaba de recordar a los obispos– forman parte de una ineludible responsabilidad de la Iglesia, que debe ser la primera interesada en llegar al fondo de este asunto.
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