La corza, urbana y pandémica, pandémica y campestre, es como una metáfora de algo que no alcanza. La corza de Peláez y Apaolaza quizá no nos hizo mejores personas pero nos metió un rato en lo anecdótico, que siempre es un buen remedio para ... evitar esta trascendencia de muertos falseados a la baja.
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La corza tenía un trotecillo rápido, no el cochinero de Rajoy cuando ¿sale/no sale? a solear las canillas. La corza tiene que estar buena al vino, pero eso es otro cantar y otro yantar. La corza, según las fuentes consultadas, no estaba herida, sino que se vio como Paco Martínez Soria en la ciudad y sintió el vacío de los bares cerrados, que debe ser el morir. La corza iba en dirección contraria y pegada al bordillo, y por el cuestorro de Parquesol parecía Valverde en La Covatilla.
La corza, de nombre Pinciana y de linaje del pinar, vino a removernos algo de Bambi en las entrañas. La corza es todo nobleza en tanto que los pavos reales, enseñoreados, nos dan un poco la tarde con su abaniqueo sin jubilados que los miren. De aquí al día de la liberación habrá más corzas, más siluros murcianos roneando a la Leyenda: habrá más manigua entrando a la ciudad, donde las palomas se han puesto a régimen de miasmas y andan de uñas, como Carmen Calvo en estado de reposo y relajación de sus guerras de sus antepasados.
Yo quiero que un rebeco pase por aquí, que Lupo le huela el pijo y que lo dejemos marchar al sur algún día en que mi perro y yo, en la madrugada, nos volvamos esnobs y animalistas.
La corza transmitía nobleza, ritmo, bravura y amapola. Por eso la quisimos tanto.
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