Se ha escrito mucho sobre el nazismo y se han filmado infinidad de películas. La producción histórica y cultural que estudia y representa el periodo entre 1933, fecha del ascenso de Hitler al poder, y 1945, fin de la Segunda Guerra Mundial, es vastísima. Y ... sin embargo, en el imaginario popular, el conocimiento de ese periodo se reduce a unos pocos datos y secuencias históricas que, en buena medida, han sido fijadas en la memoria colectiva por la industria cinematográfica. Aquí, un breve inciso: por memoria colectiva me refiero a cómo las sociedades aceptan consciente o inconscientemente un relato sobre el pasado que se crea, en parte, a través de la producción cultural, siendo el cine la más poderosa hasta recientemente. El relato del auge del nazismo y de los años previos a la guerra se resumiría así con varias imágenes: las masas alemanas exaltadas gritando histéricas «Heil, Hitler» y haciendo el saludo nazi mientras que su líder, histriónico, les ladra su mensaje de odio; hombres con los uniformes marrones de las SA portando antorchas en la noche, saqueando y pintando esvásticas en comercios judíos, apaleando y haciendo escarnio público de mujeres y hombres judíos.
El imaginario popular de la Segunda Guerra Mundial, por su parte, bebería del relato bélico producido por la industria cinematográfica estadounidense con su apabullante poder de representación, desde 'El puente sobre el río Kwai' hasta 'Salvad al soldado Brian'. Como complemento del cine bélico a la formación del imaginario sobre la guerra, quedan los horrores del Holocausto. Las grabaciones de la liberación de los campos de concentración que sirvieron de prueba en los juicios de Núremberg se han reproducido hasta la saciedad: las pilas de cadáveres, las miradas desorbitadas y los cuerpos emaciados, los hornos crematorios. Y el cine de masas también ha dejado su impronta en la interpretación de todo ello con películas como 'La lista de Schindler' o 'La vida es bella'. En nuestro imaginario, el alemán de aquella época es, salvo una excepción muy excepcional como Schindler, nazi.
¿Podemos realmente imaginarnos a los alemanes y las alemanas de ese periodo siniestro? ¿Cuánto sabemos de su vida cotidiana, de su relación con el nazismo? ¿Eran todos hitlerianos? Si no lo eran, ¿callaron ante los horrores que estaban cometiendo en su nombre? ¿No hubo ninguna resistencia? El caso es que sí la hubo, pero ese relato, que podría ayudarnos a entender la complejidad de aquellos años, apenas es conocido por el público general. Igual les viene a la cabeza una película relativamente reciente y bastante mala protagonizada por Tom Cruise, 'Valkiria', en la que se narra el intento de asesinato de Hitler por parte de varios integrantes de su cúpula militar. Pero yo no me refiero a esta casta marcial que, en realidad, no temía tanto las atrocidades de Hitler como que acabaran perdiendo la guerra. Me refiero a una resistencia comprometida, protagonizada por alemanes y alemanas de diferentes estratos sociales con un objetivo común: acabar con el nazismo desde incluso antes de su ascenso al poder.
La autora canadiense Rebecca Donner cuenta esta historia en 'La frecuente oscuridad de nuestros días: Una estadounidense en la resistencia alemana contra Hitler' (Libros del Asteroide, trad. De Francisco J. Ramos Mena). Donner reconstruye la vida de Mildred Harnack, nacida en Milwaukee en 1902, que por diversos avatares se casa con Arvid Harnack, un ciudadano alemán con el que comienza una vida en Berlín cuando Hitler está a punto de acceder al poder. Desde ese momento, conscientes del peligro del nuevo régimen, ambos comienzan sus actividades clandestinas en contra del nazismo. Mildred cultiva sus conexiones en la embajada estadounidense y Harnack trabaja para el gobierno alemán. Se hacen pasar por nazis al mismo tiempo que reclutan como enlaces, correos, espías y saboteadores, a hombres y mujeres de todos los estratos sociales. En sus filas hay desde altos cargos del ejército alemán a trabajadores de fábricas que, después de turnos de diez horas, se ponen delante de un transmisor soviético para enviar mensajes codificados. Algunas de las actividades, conociendo ahora la dimensión del horror nazi, causan cierta ternura, como es la difusión de octavillas con propaganda contra el régimen. ¿Qué capacidad de incidencia podían tener unas octavillas frente al poder arrasador de la maquinaria represiva nazi? Rebecca Donner reconstruye la vida de Mildred, Arvid y su entorno, para lo que cuenta con cartas, diarios y abundantes testimonios de familiares y amigos, que le ayudan a imaginar la intimidad de los protagonistas, sobre todo de Mildred, una mujer enigmática y fascinante.
Enlazada con su historia personal aparece también la exhaustiva documentación oficial de los servicios de inteligencia soviéticos, alemanes y estadounidenses. Sobre todo están documentadas, para tragedia de sus protagonistas, las labores de espionaje. Un error en una comunicación secreta de los servicios soviéticos les costará la vida. Pero antes de que eso ocurra, Mildred, Arvid y su grupo trabajan infatigablemente para informar a sus conciudadanos y también para que las naciones europeas y Estados Unidos entiendan el verdadero peligro nazi, para que abran los ojos e intervengan. Lo hacen antes de la guerra, pero los funcionarios americanos del Departamento de Estado rechazan la oferta de Arvid para informales de los preparativos de guerra de Hitler y no se creen que forme parte de la resistencia. Lo hacen cuando la guerra está en curso y Arvid, que cuenta con fuentes en el Estado Mayor alemán, comunica a Stalin los planes de Hitler de invadir la Unión Soviética. La respuesta de Stalin, cita Donner, es: «Puedes mandar a tu 'fuente' del Estado Mayor de la Fuerza Aérea alemana a joder a su madre». Poco después comenzaba la ofensiva del Este.
El libro de Rebecca Donner muestra el compromiso de quienes lucharon contra el nazismo desde el primer momento. Durante una década, en un ambiente cada vez más opresivo y asfixiante, vigilados por la Gestapo, rodeados de informantes y chivatos, llevaron a cabo labores de resistencia dignas de reivindicar, e informaron sin descanso, exponiendo sus vidas, del peligro que suponía Hitler para el mundo. Como señala Rebecca Donner, «quedan todavía muchas historias por contar». Gracias a ella conocemos esta otra resistencia que no se incluyó en los relatos épicos sobre la destrucción del nazismo, a estos otros resistentes y víctimas.
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