Cuando en 1891 el ingeniero de los Caminos de Hierro del Norte de España, Enrique Grasset, proyectó la Estación de Valladolid, ni se imaginaba que ... su precioso edificio ecléctico, orgullo de la ciudad, podría convertirse en el eje de una nueva controversia urbana. Un nuevo debate cultural y arquitectónico que pretendo auspiciar con estas líneas desde mi cátedra universitaria, pero también como arquitecto ganador del segundo premio -Vallatorres- del Concurso de 2003 sobre el área de la Estación.
Debates, por cierto, que nunca me parecen inútiles en una sociedad abierta -K. R. Popper-. Pretendo en todo caso evitar el tono técnico y ceñirme a otros argumentos más asequibles para un lector cualquiera: Urbanísticos, éticos y estéticos. ¿Quién hace una obra en su casa de miles de euros a ojos ciegos, sin debatirlo con su pareja o su familia, aunque provenga el dinero de una subvención o una ayuda? ¿Basta con que de repente se decida invertir millones de euros en la ciudad para que tengamos que asentir sin reflexión, como el perrito de juguete que iba en la trasera del coche moviendo la cabeza?
Conozco a fondo grandes disparates cometidos en la ciudad con el argumento de la inversión, del progreso, del empleo masivo. La apertura de la llamada Gran Vía (hoy Felipe II) que se llevó por delante varios palacios renacentistas y pretendía incluso demoler la Vera Cruz, es un claro ejemplo. Y luego años después lo lamentamos, cuando ya es irreversible. ¿Es esa una actitud inmovilista y paralizante? Espero que no: También hay ejemplos de lo contrario, bien gestionados, que han recuperado el centro histórico en las últimas décadas, desde el Archivo Municipal de San Agustín, al Museo del Patio Herreriano, o la Plaza Mayor.
Cabe pensar primero si otra estación es necesaria. En toda mi vida en Valladolid nunca he visto la Estación colapsada, su gran vestíbulo sigue demostrando gran capacidad para el tránsito a día de hoy, e incluso en los días de más viajeros las acumulaciones son puntuales. Y si el argumento es que se va a multiplicar por 10 el tráfico ferroviario, mal lo veo para los barrios por lo que atraviesan las vías en superficie…
Además, hay que hablar de sostenibilidad, aunque parezca un tópico. ¿Construir un volumen de doscientos mil metros cúbicos (como tres veces la Catedral) es sostenible? Parece que no mucho. Sobre todo, si quizá bastase con intervenir con talento y sutileza bajo la actual Estación del Norte para hacer ahí un intercambiador y que se notara poco en superficie… Eso sí, gastando la mitad, moviendo la mitad de materiales y contribuyendo la mitad en huella de carbono. No deja de ser curioso negar el prometido -ante notario- soterramiento en aras a una actuación más «sostenible» con túneles peatonales para permeabilizar sin impactar tanto al medio ambiente y al paisaje urbano y construir ahora una mole de 20 metros de altura de nueva planta junto a la histórica Estación del Norte.
Desde el punto de vista ético y procedimental, hay que reflexionar sobre cómo se ha gestionado el proyecto. Una operación de esa envergadura, aunque sea más o menos adecuada en ese lugar y con ese tamaño, requiere un Concurso Internacional de Ideas, no una adjudicación con mesa de contratación a la típica consultoría colaboradora de ADIF. Y no digo que no sea legal, pero es poco ético y menos estético, aunque quizás las prisas hayan sido aquí malas compañeras.
Los concursos de ideas son el medio principal de gestión de la gran arquitectura en todo el mundo. Consiguen calidad, al existir mucha competencia y contar con firmas internacionales de prestigio y con un jurado profesional. Además, el concurso abierto se presenta ante la sociedad como mecanismo de especial transparencia y puede incluso contar con la votación del público, lo que amplía el debate y suele contribuir al consenso. Si bien es cierto, que deja la solución arquitectónica fuera de los manejos de los políticos… Y esto no se ha hecho así con el proyecto de la nueva estación recientemente presentado, donde curiosamente, según leo en este periódico, el propio ministro intervino en la solución presentada, «exigiendo a los técnicos una vuelta más al proyecto cuando conoció el esbozo inicial...».
Lo que nos lleva a la tercera cuestión que, por sutil, no es menos importante, la de la estética. Ahora se podría argumentar que «sobre gustos no hay nada escrito», pero eso es mentira. Sin ir mas lejos, de los 43.000 volúmenes de la biblioteca de nuestra Escuela de Arquitectura, más de la mitad, versan sobre el gusto. Allí lo intentamos cultivar y transmitir a los estudiantes para contribuir a construir un entorno mejor en el que vivir.
Y no es cuestión de feo o bonito, de me gusta o no me gusta. Eso sería frívolo. Es cuestión, sobre todo, de adecuación. Adecuación al entorno urbano, a la escala de los edificios circundantes y especialmente es cuestión de la relación con el antiguo y bellísimo edificio de la Estación del Norte, pieza patrimonial catalogada en el Plan General de Ordenación Urbana.
Esa especie de gigantesca pastilla de jabón que presentan las infografías, con curiosas similitudes a un conocido estadio de fútbol, invade por completo el entorno de influencia de la antigua Estación, mantiene una inadecuada relación de jerarquía y escala con ella, introduce un lenguaje contemporáneo -eso no es malo- de pura moda -eso sí es malo-, y se constituye en un objeto que compite con el elemento patrimonial sin respetarlo, sin contribuir a una nueva puesta en valor del mismo como sería deseable. Y lo peor es que no se propone una coexistencia: la antigua Estación del Norte se queda sin uso como un edificio marginal, cuando a día de hoy no está demostrada ni su inutilidad ni su obsolescencia.
Elemento emblemático y pieza monumental del paisaje urbano como fin de perspectiva del eje de Gamazo que constituye una verdadera «puerta» de entrada y salida de la ciudad: Por eso tiene esa fachada de tres arcos a modo de «arco de triunfo», por la que entramos y salimos de Valladolid propios y extraños.
Considero que es necesaria la reflexión y sobre todo el consenso para este tipo de grandes intervenciones urbanas. Siempre cada época puede equivocarse con el legado que va a hacer a las siguientes -la ciudad, la arquitectura no nos pertenecen, solo somos depositarios temporales de ellas- pero cuanto menos abierto sea el debate, cuanto menos amplio sea el consenso, más posibilidades de errar. ¿Dicen que peligra una gran inversión del Ministerio en Valladolid? Pues que peligre, pero peor es una equivocación urbana de doscientos mil metros cúbicos, tres veces la catedral. Propongo más debate, más opiniones, más análisis y más sociedad abierta. Y menos imposiciones. Eso lo he aprendido en la Universidad y no quiero olvidarlo nunca.
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