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La reducción de la tasa de incidencia desde los 900 casos por cada 100.000 habitantes en el pico de la tercera ola hasta los 159 de ayer puede generar la falsa impresión de que a este paso llegaremos a vencer al coronavirus antes de ... Semana Santa. De que estamos en condiciones de prescindir de las restricciones actuales, mientras se mantengan las mascarillas, las distancias y la higiene de manos. Es necesario recordar que la incidencia acumulada cayó hasta 7,7 en junio. Y sin embargo la relajación de medidas durante el período estival de la ya olvidada 'nueva normalidad' condujo a la segunda ola. Conviene no olvidarse de que esa –y no otra– es la naturaleza del SARS-CoV-2 y sus variantes. Por otra parte, teniendo en cuenta que hasta finalizar febrero se ha conseguido vacunar a 1.243.783 personas en España, aun siendo optimistas no parece posible que se cierre marzo con más de tres millones de personas vacunadas.
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La trascendencia de este primer trimestre de vacunación estriba en que se inmunizará a las personas que, por su edad, podrían desarrollar una grave enfermedad. Con lo que se reduce el riesgo de muertes e ingresos en UCI. Pero la transmisión comunitaria no cejará por ello. De manera que hasta una tasa muy reducida de incidencia podría activar una cuarta ola que, aunque fuera de menor magnitud que las anteriores, volvería a tensionar un sistema sanitario ya exhausto y a erosionar aun más una economía debilitada. Puede ser prematuro fijar hoy las medidas, teniendo en cuenta además que hay comunidades en las que la Semana de Pascua es también un período vacacional en la enseñanza y para muchas familias. Pero siempre será mejor que las autoridades sanitarias predispongan a los ciudadanos para renunciar a un disfrute normalizado de la Semana Santa, que alentar la expectativa siquiera remota de la libre movilidad.
En cualquier caso, resulta indispensable que las decisiones se adopten mediante el acuerdo entre el Gobierno central y los autonómicos, desistiendo de posturas unilaterales de movilidad interterritorial que choquen con las comunidades limítrofes, y evitando el uso partidista de diferencias de criterio más o menos razonadas. Aun sabiendo que la renuncia a la Semana Santa agudiza la 'fatiga pandémica' que sufre la inmensa mayoría de los ciudadanos. Y tiene un efecto material que el Gobierno no puede continuar soslayando: la situación extrema que atraviesa la hotelería, la restauración y los establecimientos comerciales.
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