La banca afronta un proceso de concentración que, si ya era inevitable para preservar su rentabilidad y solvencia en un complejo escenario de tipos de interés negativos y reducción de márgenes, la pandemia ha obligado a acelerar. Las negociaciones entre el BBVA y el Sabadell, ... recibidas con un entusiasta apoyo de los mercados, aspiran a crear un nuevo gigante capaz de afrontar con garantías los inciertos vaivenes de la economía global mediante la explotación de sinergias y una optimización de costes en un contexto de fuerte caída del negocio tradicional. Se trata de una operación defensiva, como la protagonizada por Caixabak y Bankia o la que estudian Unicaja y Liberbank. Todas ellas y las que se produzcan a corto plazo parten de la constatación de que algunas entidades tendrían un complicado porvenir en solitario en el escenario actual, máxime si se dispara la morosidad de empresas y familias. Además, el alumbramiento de grupos de mayor tamaño refuerza el blindaje y la competitividad en unas circunstancias extraordinariamente adversas.
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Si fructifican las conversaciones en marcha, el banco resultante de lo que sería una absorción del Sabadell por parte del BBVA disputaría el liderazgo en nuestro país a la nueva Caixabank y se consolidaría como el segundo español en el mundo, por detrás del Santander. La venta de su filial en Estados Unidos, oportuna y en ventajosas condiciones, ofrece al BBVA el músculo suficiente para lanzarse a la fusión sin ampliar capital, a la par que visualiza el fracaso en la estrategia de expansión internacional gestada bajo el mandato de Francisco González. La estructura de las dos redes permite vaticinar fuertes ahorros mediante el cierre de oficinas y recortes de personal que deberían ser acordados con los sindicatos. El elevado negocio con las pymes que aporta la entidad catalana complementa al BBVA, pero no deja de ser un factor de riesgo por la vulnerabilidad de ese sector a causa del virus, igual que la mayor dependencia del mercado nacional.
El mapa bancario afronta así otra reestructuración, tras la experimentada a raíz de la crisis de 2008, que reducirá los actores en juego. Es la obligada respuesta a los profundos cambios en el modelo de negocio y a una acelerada digitalización. Ese proceso habrá de respetar escrupulosamente las normas de la libre competencia, los intereses de los clientes y la calidad del servicio prestado.
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