El acuerdo que normaliza relaciones entre Israel, Emiratos Árabes Unidos y Baréin, suscrito en la Casa Blanca bajo los auspicios de Donald Trump, pudo responder en su gestación a las necesidades inmediatas de Benjamin Netanyahu y del presidente estadounidense. Las dificultades que el primero atravesaba, ... tras quedar al borde de unas cuartas elecciones, y las necesidades del segundo para exprimir sus ventajas en el poder cara a las presidenciales del 3 de noviembre explicarían en parte el acuerdo. Resulta desconcertante ver a Trump y a Netanyahu personificando un intento de paz en Oriente Próximo que beneficia a ambos como continuación de una entente que intentó consagrar Jerusalén como capital exclusiva del estado hebreo. Pero lo ocurrido responde a la coincidencia de intereses que se da en la región frente a las pretensiones del régimen iraní, a modo de una sintonía entre Israel y las monarquías suníes del Golfo tuteladas por Arabia Saudí.
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El acuerdo del martes no solo constituye un acto de reconocimiento activo del Estado de Israel por parte de dos países árabes. Supone también el aislamiento de las 'dos Palestinas', la de Cisjordania y la de Gaza, cuando Al Fatah y Hamás se han visto obligados a formalizar un encuentro defensivo no solo respecto al pacto de Washington sino, especialmente, frente a la impasibilidad del resto del mundo árabe. El compromiso alcanzado por Israel con Emiratos Árabes Unidos y Baréin no representa, ni por su contenido ni por sus firmantes, un acuerdo de paz propiamente dicho. Dado que los dos países del Golfo tampoco mantenían una especial beligerancia con el Estado judío.
Pero resta sentido a la combatividad palestina en pos de un Estado propio, que de pronto habría perdido el apoyo explícito de los Gobiernos árabes más influyentes. Como si el trato dispensado a los refugiados palestinos por parte de esos Gobiernos –empezando por los del Golfo– se reflejase finalmente en un desdén análogo a su causa en el ámbito diplomático. Puede que el acuerdo disuada a Netanyahu de reactivar sus planes de expansión territorial en Cisjordania, cuando además se encuentra limitado por la inestabilidad política que vive Israel. Puede que el escenario resultante tampoco permita a Hamás desbordar el control que ejerce la Autoridad Palestina desde Ramala. Pero un cerco implacable sobre Irán no debería constituir la otra cara de la política occidental en la región.
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