Cumbre de paz comercial

La constitución de un grupo de trabajo bilateral, habilitado para dar solución a los litigios que surjan durante los próximos años y responsable de desarrollar los principios y criterios que regulen las relaciones comerciales transatlánticas, representa una garantía de partida para la operatividad del acuerdo de ayer. La persistencia de serias discrepancias sobre el acero y el aluminio, las tecnológicas o las patentes de las vacunas revela que la competencia no facilitará el tránsito hacia la cooperación sin que se fortalezca la sintonía institucional entre Washington y Bruselas hasta situarse a salvo de alternancias partidarias. Los cuatro años de mandato de Donald Trump demostraron hasta qué punto pueden agravarse los conflictos. Joe Biden declaró ayer: «Europa es nuestro aliado natural. Estamos comprometidos con las mismas normas e instituciones que están cada vez más bajo ataque».

La UE y EE UU deben avanzar en la cooperación industrial y comercial –empezando por el sector aeronáutico, motivo de la espiral de aranceles– no sólo para optimizar las oportunidades del conocimiento, de las empresas y de la capacidad financiera en aras al desarrollo y bienestar de sus respectivas sociedades. No sólo para su sólido crecimiento respecto a otros actores de la economía global. La única manera de que el libre comercio regulado multilateralmente se abra paso ante potencias y países que como China tienden a actuar según sus propias normas rehuyendo el establecimiento de compromisos compartidos es que las dos potencias liberales adquieran mayor autoridad mediante acuerdos bilaterales de franca cooperación como el que ayer se alcanzó en Bruselas.