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María Chivite será previsiblemente investida hoy presidenta de Navarra gracias a la determinante abstención de la izquierda abertzale. La dirigente socialista encabezará un Gobierno de coalición en minoría junto a los nacionalistas de Geroa Bai y Podemos cuya gestión se verá condicionada por su dependencia ... de EH Bildu para aprobar cualquier proyecto. El bronco debate de ayer en el Parlamento foral pronostica una legislatura tempestuosa y de incierto recorrido en una comunidad dividida en dos bloques irreconciliables. Por un lado, la derecha constitucionalista de Navarra Suma (UPN, PP y Ciudadanos), que se impuso con holgura en las urnas, aunque con una mayoría insuficiente. Por otro, una amalgama de fuerzas de izquierdas y nacionalistas cuyo principal nexo de unión es vetar el acceso al poder a los conservadores. La influencia en el nuevo Gobierno foral de formaciones que reivindican la anexión de Navarra a Euskadi –y, particularmente, de una izquierda abertzale que sigue sin romper amarras con su pasado de connivencia con el terrorismo de ETA– ha agitado la investidura hasta convertirla en un arma arrojadiza en la guerra de trincheras que mantiene bloqueada la política nacional. Por muy comprensible que resulte el malestar de Navarra Suma, que habló ayer de nuevo de «pacto de la vergüenza» y de «traición a Navarra y a España», es legítimo que el PSN aproveche la posibilidad de presidir el Gobierno de Navarra 33 años después mediante una coalición basada en un programa de corte social. Se trata, sin embargo, de una apuesta de alto riesgo al quedar el nuevo Ejecutivo al albur del precio que ponga EH Bildu a sus decisivos votos. Las similitudes de esta fórmula con otras rechazadas años atrás por la ejecutiva federal confirman la disposición del PSOE de Pedro Sánchez a ocupar cuantos espacios de poder estén en su mano, aunque sea con incómodos compañeros de viaje. El argumento esgrimido por Chivite de que nada ha pactado con la izquierda abertzale será formalmente cierto. Pero, aparte de recordar los escrúpulos de Ciudadanos a sentarse siquiera con Vox mientras se aprovecha de sus votos, no evitará el riesgo de que la compleja situación de Navarra sea explotada por los rivales de Sánchez para erosionarle entre previsibles alusiones a la unidad nacional y a ETA. El presidente en funciones no ignora que este paso hace inviable cualquier guiño del centro-derecha en el Congreso.
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