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«El problema», me dice mi interlocutor, con mascarilla y distancia, «es que no nos hacen caso». «Nos ven como los abuelos cebolleta que acompañamos a Felipe y a Alfonso en aquellos años cruciales para España. Éramos de izquierda, claro, pero posibilistas, y nunca quisimos ... asaltar los cielos, sino modernizar y equilibrar este país, y creo que lo conseguimos. Ahora, los nuestros, este PSOE actual, no nos escuchan ni nos piden consejo. Ellos se lo pierden».
Mientras remueve el café de media tarde se quita la mascarilla un momento y muestra un rostro que encuentro envejecido desde la última vez que nos vimos. Sin embargo, su ánimo y lucidez mental continúan intactos. Me cuenta que acaba de hablar con dos miembros del Gobierno con los que aún guarda relación y que están indignados con Podemos. «Estos lindos se creen que han descubierto el progresismo y que sólo ellos son la garantía de que se aprueben medidas transformadoras. Vamos, que son quienes impiden que nos aliemos con la banca, el capital y los poderes fácticos, porque si nos dejaran solos sacaríamos el alma conservadora que, según piensan, llevamos dentro. Vivir para ver. Ellos, que se compran chalets, utilizan a un alto cargo de niñera, tienen imputado a Monedero y han colocado con sueldos estupendos a un montón de enchufados que nos salen más caros cada día porque los asesores no paran de crecer. Mi preocupación, te lo confieso, es que éstos no se paran en barras. Les da igual la Corona, la bandera, el himno, el enaltecimiento del terrorismo o las ocupaciones de pisos. Es más, se fuman un puro. Con estos amigos no nos hacen falta enemigos, porque nos llevan camino a la perdición, por mucho que ahora vivamos el espejismo de Cataluña. Muchos socialistas no se reconocen en las políticas que hacemos y no admiten que todo un vicepresidente del Gobierno se dedique a proclamar en los medios internacionales que España no es una democracia consolidada. Hay que fastidiarse... (en realidad, utiliza otro término), como si la labor desarrollada desde la Transición para acá, todo lo que hicimos, no hubiera servido absolutamente de nada».
Le pregunto entonces por el futuro, y me responde: «Pedro está en el tacticismo, ha pactado con Podemos y admite los apoyos de ERC y Bildu porque le permiten continuar en la Moncloa y ganar tiempo. No dudes de que si mañana pudiera pactar con otros, porque le salieran los números, lo haría sin problema. Es un superviviente que hace política pragmática adaptada a cada momento. Él, que dijo que no conciliaría el sueño con Podemos de socio en la Moncloa, hoy está durmiendo con su enemigo y esa coyunda, seamos serios, no la entiende mucha gente. Es un desastre que está arrasando con muchos de nuestros valores. Una auténtica pena».
Al despedirse veo a un jubilado de la política alimentado por la misma pasión con la que un día asumió puestos muy relevantes en este país. «Una cosa», le digo, «¿sigues teniendo todavía el carnet del partido?» Eleva las cejas y se ríe: «Mira que sois malos los periodistas». «Pago la cuota religiosamente, pero si quieres que te diga la verdad no me siento representado por lo que están haciendo». Cuando se va, muy lentamente, un poso de amargura contenida y nostalgia continúa flotando en el ambiente.
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