No es extraño que imaginemos la vejez como un periodo tranquilo, crepuscular, apacible... Pero las cosas rara vez salen como se piensan, y la ancianidad suele traernos enfermedad, deterioro, dolor... No siempre, no siempre, es verdad. A lo mejor ustedes, nacidos en los años ... cincuenta y sesenta, cuando España abandonaba las sombras de la posguerra, también dieron en soñar con una jubilación tranquila, con la justa y agradecida remuneración por los últimos cincuenta, sesenta años que transformaron este país. Si regresáramos a esa España –en la que murió Manolete y Delibes obtuvo el Nadal; en la que el Madrid ganó la primera Copa de Europa y murió Ortega y Gasset; a la España en blanco y negro– no la reconoceríamos.
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Vieja, sucia, atrasada, aislada, autárquica... Su esfuerzo, el suyo, el de los llamados 'baby boomers', y los fondos europeos, nos han hecho como somos. ¿Nos mereceríamos por ello una pensión digna, libre de sobresaltos? Ja ja.
Ya ha dicho el ministro Escrivá que ni hablar del peluquín, que no vamos a cargar a los más jóvenes con ese fardo. Y nos volverán locos con números, con tablas, con mentiras para llegar a donde quieren: privatizar las pensiones, fomentar los planes de inversión.
Llevan tiempo tras la presa, que es rica y jugosa, y son pacientes, insistentes como aquel Javert de 'Los miserables', de Víctor Hugo. Del «hijos para la patria» de 'La gran familia', de Alberto Closas, de los 60, hemos pasado al «pensionistas de la miseria». A lo mejor este camino no ha merecido tanto la pena como pensábamos.
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