«En este grupo –de Facebook, de Whatsapp, de barra de bar, de peñistas– no se habla de política». Y la advertencia viene acompañada de un tono de cabreo expresado en mayúsculas, o con signos de exclamación de cierre, porque se ve que el signo ... de apertura no queda 'cool' en las redes sociópatas, y acaso de un ultimátum, «que sea la última vez».

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Pero sí se habla, en realidad. O por ser más correcto, redsocialmente hablando, se 'memea'. Esto es, se lanzan memes, chistes, montajes, que se burlan de algunos políticos. Solo de algunos.

Porque en esos grupos de presunta asepsia política se atiza con saña y sorna a determinadas corrientes. En cambio, se alza la voz, acogiéndose a sagrado, «NO se habla de política!!!», si se critica a otras opciones, generalmente escoradas y amigas de recetas simplonas para problemas complejos.

El objetivo es que determinadas opiniones se silencien para evitarse la reprimenda del grupo o el señalamiento público, mientras que otras, con apariencia de crítica sarcástica, de «esto no lo verás en los medios», adquieren relevancia. Se forma así la «espiral del silencio», que diagnosticaba Noelle-Neumann. Un mecanismo que lleva a borrar del paisaje una opinión porque quienes la tienen escogen callarse y ahorrarse disgustos, y a la vez crea una serie de sesgos cognitivos que hacen que el discurso más ruidoso, el único permitido, aparezca como el idóneo o el más asumido por la mayoría, aunque en realidad solo se trate de una opción minoritaria.

La tentación de callarse es fuerte. Es lo más cómodo. Pero eso deja el debate público en manos de quienes más gritan y los convierte en dueños del discurso. Y eso sí que lleva a una espiral peligrosa.

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