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Una horrible certeza: por lo menos dos de los siete magníficos que protagonizaron anoche el 'show' podrían ser ministros en un próximo GobiernoEl mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe adónde va. Eso decía Antoine de Saint-Exupéry, el autor de 'El principito'. Evidentemente eran otros tiempos. En estos en los que nos ha tocado vivir el mundo se aparta ante los ... mutantes, los versátiles, los antojadizos, los donde dije digo digo diego. Los chamarileros de ocasión. Los que mejor representan, por otra parte, nuestra propia mudanza. Nuestra indecisión crónica. Nuestro afianzamiento en la incertidumbre.
Después de ver el debate mi vecino, que es de los que votó toda la vida al PSOE hasta que llegó Pedro Sánchez, anoche desveló que por fin lo tenía claro. Dijo que el 10 de noviembre votará a Boris Izaguirre, al que sinceramente vio mucho más en el papel que a Anabel Alonso. Luego miró con cierta estupefacción a su copa y rectificó. Se había equivocado de programa. A quien iba a votar, por primera vez en su historia con las urnas, era a Vox. Cosas veredes. Él es más de 'Masterchef', pero reconocía que en este caso le había fascinado la interpretación de Espinosa de los Monteros.
No es necesario alargar más la caricatura. ¿Cuántos españoles habrán desafiado a Tezanos y habrán decidido cambiar su voto anoche, tras el 'show' de los segundos? ¿Cuántos lo volverán a cambiar el lunes, después de ver pasar a los primeros por la arena del circo? ¿Qué peso podrá tener finalmente el voto de esos millones de españoles indecisos de cara a evitar una nueva curva en el bucle del desgobierno? Lo único en lo que coincidimos anoche mi vecino y yo, después del debate, es en lo que decía Quevedo: «Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir». Y ninguno, absolutamente ninguno de los actores que representaban ayer esta comedia, podrá cumplir lo que ha prometido en su programa. La realidad les obligará a pactar, es decir, a aplicar moral de circunstancias. A desdecirse.
Desde que nos lo enseñó Aristóteles, y ya ha llovido, sabemos que la duda es el principio de la sabiduría. Y a mí, como a mi vecino, me gustaría pensar que hemos alcanzado estas alturas del siglo XXI siendo mucho más sabios, más prudentes, más concienzudos que nuestros padres. Que nosotros mismos hace veinte años. Pero es difícil creerlo. Quizás porque tenemos oídos y oímos lo que dicen los rufianes, las parleras, las ansiosas, las mentirosas, los cínicos o los pijos. Y porque tenemos memoria y sabemos lo que dicen y lo que han dicho. Ellos y sus jefes.
A pesar del cansancio y de la fiesta de los Difuntos, decididos e indecisos han coincidido en volver a prestarle el máximo interés a la telepolítica. Otra cosa es que al final vayan a votar. O lo que vayan a votar. Porque nuestro destino está en las manos de quienes está. Visto lo visto, solo cabe volver la vista a Shakespeare cuando dice que «la fortuna conduce al puerto muchas barcas sin piloto». Y confiar en la providencia. Barcas sin piloto. Pollos sin cabeza. Cabecitas locas al albur de un mundo decididamente indeciso. Y una horrible certeza: por lo menos dos de los siete magníficos que protagonizaron anoche el 'show' podrían ser ministros en un próximo Gobierno.
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