Nos faltan pocas horas para saber si el eje sobre el que gira España, que no es la ciudad, sino la comunidad de Madrid, se moverá hacia la derecha o hacia la izquierda. Porque se moverá. El teatrillo electoral ha alcanzado dimensiones épicas, y nadie ... puede decir en este país que de lo que suceda este martes en las urnas madrileñas no vaya a salir salpicado. Ciudadanos se parece cada día más al imperio turco en el siglo XIX, cuya descomposición no dejó (no ha dejado todavía) de sacudir violentamente a Europa. Cada pedazo que pierde lo pierde por un lado o por el otro, y los lobos de los extremos tensan la cuerda, con el objeto de dejar el centro vacío. Tienen a su favor una cierta estulticia ciudadana, que no quiere o no puede o no es capaz ya de distinguir entre conceptos tan elementales como democracia y libertad.

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La 'aurea mediocritas' ha perdido el brillo del oro y se ha quedado en eso: en mediocridad. «El que se contenta con su dorada medianía / no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona / ni habita palacios fastuosos / que provoquen a la envidia», le dice Horacio a Licinio en una de sus 'Odas'. Pero ya nadie lee a Horacio, porque unos se acuestan cada día pensando si mientras duermen les caerá o no el techo sobre la cabeza, mientras que otros, los que han probado el gusto de la sangre y son ya adictos al poder, no cejan en su empeño de perseverar en lo de los palacios fastuosos. Aunque para ello tengan que provocar la envidia, si no la ira de sus congéneres.

¿Qué le está sucediendo a este país? Sería fácil consolarnos levantando un poco la mirada y observando lo que ocurre en casa de nuestros vecinos europeos. En Francia, en Alemania, en Italia. La democracia y la libertad asustadas, como dos viejas señoras a las que acosan los fantasmas del pasado. Pero seguro que nos iría mejor si buscáramos otros ejemplos. Que el regreso al sentido común es posible nos lo dicen los americanos. Los mismos ultra retrógrados que ennegrecieron el mundo con Trump a la cabeza, y que ahora están sorprendidos al comprobar que por los centros se camina bastante más seguro que por los extremos. Que la medianía también puede ser áurea. O dicho en plata: que ellos, en cuanto exorcizaron la Casa Blanca, han crecido en el primer trimestre del año un 6,4 por ciento. Mientras que nosotros, que seguimos empecinados en hacer espiritismo con los espectros del fascismo y del comunismo, hemos decrecido, de media, un 0,6.

Medianía o mediocridad. Eso es lo que se vota el martes en Madrid. Y reparto de aposentos en los alcázares. Nos pongamos como nos pongamos, en el palacio de Ayuso habrá una Monasterio. O en el de Gabilondo un Iglesias, aunque sea con el derecho preferente de Mónica García. Y Edmundo Bal hará bien en hacer lo que hizo Edmundo Dantés al final de sus días: perdonar a sus enemigos y perdonarse, de paso, a sí mismo. Y si eso pasa en los palacios de Madrid, habrá que ver qué empieza a suceder, a no mucho tardar, en los de España. Más estado de alarma, por encima del de las mascaradas y las mascarillas. Guarda el sayo para mayo, por si en vez de derecho, viene de soslayo.

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