Mientras nuestro Gobierno deshoja la margarita sobre la posible obligación de usar mascarillas en cualquier lugar público, en menos de una semana me las han ofrecido gratis un par de veces, y en las farmacias ya no hay carteles avisando de su inexistencia. Bueno, ... pues a pesar de la abundancia rara vez las he utilizado en la calle, y he tenido que explicar mis razones a los que me preguntan por qué soy así de rebelde, incluso cuando las regalan o están tiradas de precio. El motivo es que hasta el propio doctor Fernando Simón ha dicho que su uso generalizado «podría generar problemas importantes», y la Organización Mundial de la Salud recuerda que estando sano, «solo necesita llevar mascarilla si atiende a alguien en quien se sospeche la infección por el 2019-nCoV. Llévela también si tiene tos o estornudos. Las mascarillas solo son eficaces si se combinan con el lavado frecuente de manos». No obstante, cuando sean obligatorias me calzaré una, pero entre el «síndrome de la cabaña» y el agobio que me provocan, creo que saldré de casa menos veces que un armario empotrado.

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Un amigo con el que comenté esta historia, me recordó que la OMS no es un organismo fiable porque así lo dijo en su momento Donald Trump, ese señor que no hace mucho sugería matar el coronavirus con chupitos de lejía. Si el que más sabe de esta pandemia es ese pollo cuya cara parece una Fanta de naranja, apaga y vámonos.

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