La enfermedad es la abierta herida de la salud, rama de dolor imbatible. Y porque así es, así lo digo para acribillar al dolor, para navegar en la fiebre, aminorar las horas de cama, y porque así es no hay que ignorarlo sino ignorarte el ... dolor, creer que eres maizal al viento, flexible como un junco y fértil como cantor de jazz. Y llamar viento al dolor y a la fiebre sangre de sol, y gritarle al dolor ¡quiero más y más! Y volver una y otra vez al dolor, corregido y aumentado, retarlo a correr entre eucaliptos bajo la lluvia y prestarle la salud para que se muera, en una noche en que nada muera excepto el dolor; un vacío de cuerpos con el tallo de las raíces aún no maduras para la muerte, y que nadie, nadie sepa de tu nuevo nacimiento, porque sé que serás de nuevo hijo del dolor cualquier verano y bajo una luna llena.

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El dolor crece y crece y se abraza al planeta, y un planeta dispuesto a un ceremonial de caos y desolación solo para que sobreviva una parte pequeña de la humanidad, un planeta que se comporta así, que devasta y se autodestruye para perpetuarse, no es un planeta en el que la vida sea un bien común sino un raro privilegio de unos cuantos depredadores.

La vida suscita el miedo porque lo hace la muerte. Saber con certeza nuestro destino irrevocable vive en nuestro cerebro durante toda la vida. Vida y muerte son las rectoras de nuestro miedo al dolor. Tenemos miedo porque nos sabemos vivos y nos duele saber que dejaremos de estarlo.

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