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He estado leyendo dos libros a la vez. Hecho casi asombroso para los gustos de hoy pero habitual no hace tantos años. Acaban de publicarse y me sirven para ilustrar cómo dos varones, distanciados en el tiempo por un siglo, pueden tratar las cosas del ... amor de modo tan distinto.
El primero, editado en 2019, escrito por Monserrat Escartín, es una biografía del poeta Pedro Salinas. Escritor madrileño, perteneciente a la generación del 27, es la viva representación de un hombre nacido a finales del siglo XIX. Quiero decir con ello, que vivió plenamente adaptado a las convenciones sexuales y sociales de un varón burgués tradicional. Casado y con dos hijos, la familia giró en torno a sus gustos y sus decisiones. Viajaron cuando él decidía, vivieron donde él dispuso y se organizaron los ritmos vitales del grupo con el ritmo y las manías que él impuso. Pese a su finísimo tacto y exquisita sensibilidad, como demostró en su vida, en su obra y en su vocación académica, fue un hombre egocéntrico y autoritario con los suyos. Débil e inseguro. Sin embargo, su estro lírico es de primera línea y ha alimentado el corazón de miles de enamorados con sus versos de solitario: «¿Serás amor, /un largo adiós que no se acaba?»; «Perdóname si tardo algunos años / todavía en dejarte»; «Yo estaba descansando / de grandes soledades / en una tarde dulce / que parecía casi / tan tierna como un pecho».
El segundo libro, publicado el mismo año, 2019, titulado 'Las malas', lleva la firma de una travesti prostituta, Camila Sosa. Con ella entramos en un universo distinto. Nacida en 1982, en la Córdoba argentina, su texto, de altas cotas literarias, es la narración de una existencia desgarrada que merece un solo calificativo: dignidad. Dignidad conquistada y sostenida en las condiciones más sórdidas de la vida. Nacida varón, como hijo de un padre violento y feroz, confiesa que era demasiado horrible todo lo que la rodeaba en la familia como para querer ser hombre: «Yo no podía ser un hombre en ese mundo».
En su testimonio novelado no está en juego precisamente un amor acendrado y arrebatador que no acaba de terminar y que prolonga su tardanza sumando años de soledad. Lo que Sosa descubre en el Parque donde discurren sus días de prostitución homosexual, donde «salía a mariconear vestido de mujer», es que el amor nunca va a llegar. No puede llegar. No tanto porque no comparezca en aquel ambiente, pues sólo era de amor de lo que se trataba y con lo que se traficaba, sino porque aún estando presente no se le podía reconocer ni alojar. Por muy esplendoroso que fuera su cuerpo, por dentro tenía todas las luces apagadas. Ser hombre en ese ambiente y en este tiempo era reconocerse como un cadáver de amor al precio de unas nalgas.
Don Pedro es ejemplo de orden y exquisitez, pero si miro de cerca a los dos escritores, mi admiración superior recae en Doña Camila Sosa, antigua travesti de Córdoba.
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