En su libro sobre 'Paradojas y devociones', y a la altura de la paradoja sexta, John Donne escribió que «en un cuerpo bello, yo raramente supongo un espíritu que no guarde proporción, ni espero el bien de un cuerpo deforme». Este célebre escritor, que terminó ... su vida en 1631 siendo deán de la catedral de San Pablo de Londres, nos da una visión bastante laica y esteticista del alma humana pese a su ungida condición.

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La opinión religiosa habitual era menos condescendiente con el cuerpo que la ofrecida por este clérigo transversal. En el fondo era más pagana, más cercana al juicio de los filósofos antiguos sobre la imagen de Sócrates, donde la hermosura interior contrastaba con un rostro adverso. Daban así a entender, tanto gentiles como cristianos, que los tesoros no hay que verlos sino encontrarlos. Hay que descubrirlos y desenterrarlos por debajo de las apariencias, que siempre nos llaman a engaño.

Sin embargo, Donne es mucho más directo y en cierto modo superficial. Confía ciegamente en las apariencias. No se detiene a considerar si hay nobleza, virtud o generosidad al margen del aspecto físico de la persona. La proporción a la que alude es la coincidencia exacta entre estética y ética. La belleza moral lo es también física y viceversa.

Ahora bien, en estas materias, como en tantas otras, el doble pensamiento, la posibilidad de pensar dos cosas contrarias a la vez, sin sentir incoherencia ni falsedad, es lo más sensato. Recuerdo a un amigo que no iniciaba una discusión sin exponer sus ideas por un lado y por el otro, lo que le hacía en cierto modo irrebatible. No es de extrañar, por lo tanto, que si Donne se hubiera encontrado con Sócrates quedara sorprendido por la belleza de su rostro, pues quizá viera apostura y lindeza donde otros veían fealdad. Esto nos hace pensar que puede ser cierto el dicho de que la cara es el espejo del alma, pero que es más reveladora aún la mirada del observador.

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El loquero profesional, por poner un ejemplo, cuando se propone conocer al paciente y no simplemente diagnosticarle, que es el pecado original de la psiquiatría, no hace otra cosa que ir conversando con él hasta hacer coincidir el exterior y el interior de su persona. El cuerpo te dice una cosa y quizá el lenguaje te dice una muy distinta, y tienes que ir ajustando y corrigiendo. Solo al final, cuando crees haberlos unido lo suficiente, te haces una idea de lo que le sucede y de las posibilidades de ayuda que se te ofrecen.

Con el paso del tiempo, incluso, si perfeccionas el procedimiento, conoces a los demás con sólo verles la cara. No te hace falta más. Pero esto es un ejercicio muy lento. Una cara puede guardar durante muchos años sus secretos. Aunque los descubres antes si aceptas que la belleza de los cuerpos es doble, una erótica y otra moral. Una estética y otra carnal.

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