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No sabemos vivir sin dioses. Como más a gusto nos sentimos es creyéndonos piezas de un ajedrez donde es otra mano la que nos mueve, la que conoce y aplica las reglas del juego. Veo los programas de televisión sobre el sorteo de la ... lotería y los agraciados ven en su suerte una compensación, una justicia, un equilibrio. Una mujer, a la que le han tocado unos pocos de cientos de miles de euros -quizás fueran unas decenas de miles, no sé -nos cuenta entre lágrimas y risas que ya se lo merecía, que este año ha sido terrible, que perdió a su madre, a su suegro, a alguien más por la covid. Como si hubiese una voluntad que equilibrara la balanza, que quita y que da y que, al final, busca el equilibrio. La gente, dicen los loteros, solicita los números significativos: la fecha del confinamiento, la muerte de Maradona, la aprobación de la vacuna… El caos, el azar, necesitamos creer, no son tales, sino algoritmos, la matemática voluntad de un dios pitagórico. A nadie extraña que el número del gordo esté relacionado con un acontecimiento concreto.

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La vida tiene que compensarnos de tantos sinsabores: justicia, reparación. Los afortunados en la lotería confirman así el orden del mundo, su papel de peón, de alfil… Nada es azaroso; Aleluya. Qué importa que una pedrea sea el pago de una muerte, de una tragedia. Poco a cambio de todo; la desgracia siempre tiene más entidad que la alegría; lo que se nos da, nada vale comparado con lo que se nos quita. Pero Casanova, ese Casanova, nos advirtió de que una vida sin alegrías ni dolores no merecería ser vivida. Y es verdad. Feliz Navidad.

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