El tiempo pasa y la historia se repite. Evoco el verano de 1599. Valladolid, infestado de pústulas, se moría. Una epidemia de peste bubónica procedente de Flandes diezmaba la población y La Esgueva, cual flautista de Hamelin, repartía pestilencia por toda la ciudad. Miles de ... muertos olvidados poco después y sepultados por los festejos del traslado de la Corte de Felipe III. Ancha es Castilla.
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Ahora se celebra el fin del estado de alarma como si el virus se hubiera esfumado. Me doy un garbeo por las Moreras y, entre una masa nada orteguiana, me sobreviene un brote paranoico. Decía Jardiel que la juventud es un defecto que se corrige con el tiempo, pero es tal el desmadre que sospecho que estoy rodeado de alienígenas, como en aquellas películas de ciencia-ficción en las que unos marcianos malvados e impasibles te robaban el cuerpo. Solo espero que haya vida inteligente en Marte porque aquí lo que hay es mucho listo.
Verbi gratia, Pedro Sánchez, que con la cantinela de la cuenta atrás de la inmunidad de rebaño y el maná que espera de Europa, aparta el cáliz y elude el compromiso. Se ve que las urnas electorales importan más que las funerarias así que la patata caliente que se la coman ahora las autonomías y los jueces. En resumidas cuentas, ya nadie quiere pastorear el rebaño, que las restricciones desgastan mucho.
Parece que bajo la máxima del Carpe Diem, solo nos regimos por los principios darwinistas y las leyes de Murphy. Que el porvenir nos sea leve.
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