El bar, pilar de lo que seremos

Dice la OMS que el coronavirus lleva camino de convertirse en enfermedad médica, como el VIH, y ya andan los cenizos a sacar la lagrimita fácil recordando con un pantallazo de Dalí o de Munch que vamos al garete sin frenos.

La ratio debiera ser cinco bares o más por cada psicomago que nos ha tratado y que nos ha dejado peor. El infierno son hoy los 'no bares', los bares con la distancia y todo este tiempo en que olvidamos el color del sol. En el confinamiento puro, he aprendido que, con perro o sin perro, la soledad no es literaria. En un bar la gente se modera de la adrenalina que cuentan las redes y que, si hacemos caso a la puridad de lo dicho, estaríamos en plena guerra civil, matándonos a gorrazos frente al bicho hecho nuestro verdugo consensuado.

Dicen que toca reinventarse y yo me sé que a médico ya no llego porque ando negado para la Bioquímica y para esa ciencia auxiliar que es la Estadística, la que dice que estamos abocados a lo desconocido y que nos toca la calma y los buenos alimentos, al menos hasta que otro mayo nos vuelva Morante por San Pedro Regalado y me den noticias suyas frente al Mozart, en el bar.

Nunca habíamos considerado que el distrito o la zona sanitaria pudiera ser un elemento liberador. Y es que con la pandemia hemos vuelto a valorar los bares, el Penicilino y el Matilda, y aquellos bares sin profilaxis en los besos.

La nueva normalidad son los bares diferentes, pero siendo los mismos: los bares y nosotros.