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Dios salve al rey
El avisador ·
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«Al lado de Churchill, la reina Isabel forjó sin desmayo aquel nuevo régimen británico surgido de la guerra, y consiguió mantenerse al frente de su país setenta años»Hay dudas razonables (Forbes nunca lo aclaró suficientemente) sobre si la reina de Inglaterra era o no la mujer más rica del mundo. Desde luego, Isabel II de Inglaterra, del Reino Unido y de la Commonwealth sí que ha sido la mujer más famosa del ... planeta. Hay quien dice que el último personaje histórico. Y digo lo de famosa porque la fama, la mensajera de Júpiter con sus alas y su trompeta, ha sido la mejor aliada de esta mujer incombustible, a la hora de batir todos los récords imaginables de gobernabilidad. Con permiso de Luis XIV. Si bien el francés fue por largo tiempo un títere en manos de su madre, Ana de Austria, y del célebre Mazarino. Ese sí, dicen, el hombre más rico del llamado Antiguo Régimen.
Al lado de Churchill, la reina Isabel forjó sin desmayo aquel nuevo régimen británico surgido de la guerra, y consiguió mantenerse al frente de su país setenta años. En ocasiones con solvencia, pero en otras, casi de manera milagrosa. Un emporio, que ya no imperio, exclusivamente mantenido alrededor de su persona. La fuerza de un icono como seguramente no ha habido otro en nuestro tiempo. Porque Isabel II de Inglaterra sirvió a su patria desde el primero hasta el último de sus días, sí. Pero también sirvió, y sobre todo, al propio concepto de la monarquía británica como testa coronada entre las testas coronadas del mundo.
Así pues, en la hora de su muerte se hace necesario ver qué distancia hay entre el Reino Unido que heredó de su padre y el que ha legado a su hijo. Un país, o más bien un conjunto de países, que cuando asumió la corona ya hacía tiempo que había dejado de ser el más poderoso del mundo. Y lo cierto es que el reino real que deja la soberana (desunido, empobrecido y caricaturizado hasta el sarcasmo) dista mucho del brillo y la altura que parece seguir teniendo su propia corona.
De lo que hizo por la Unión Uuropea, de cuya fragua fue en su tiempo protagonista, quizás lo más discreto ahora también es callar, después de los denodados intentos de su país por mantener la preeminencia anglosajona frente a todas las otras Europas posibles o imposibles. Y de lo que ha hecho o ha dejado de hacer por el mundo, más allá de mantener el de la monarquía parlamentaria como el más vistoso y el más glamuroso modelo político de nuestra civilización, daría para escribir millones de páginas. En inglés y en castellano.
Ahora que Isabel II se fue, y que la sucede en el trono su hijo, el desganado Carlos de Inglaterra, cabría también pensar qué es lo que hizo verdaderamente la reina por su propia familia, más allá de por ella misma e, infructuosamente, por su hijo predilecto: el príncipe Andrés. Y pienso que también habría que reservar alguna línea para meditar sobre lo que su reinado ha significado en verdad para un país como el nuestro. Desde el ominoso abandono en el horror de la guerra incivil hasta la espinosa travesía del 'brexit', que al final ha resultado ser mucho más dañino para ellos que para nosotros. Y para los monos del Peñón de Gibraltar.
Si levantara la cabeza el viejo marino Blas de Lezo, tal vez diría que hoy es uno de esos días para que todo español de ley, al levantarse, dirigiera su primera meada mirando hacia la Pérfida Albión. ¡No hay para tanto! Bastará con pedirle al primer amigo que viaje a Londres que nos compre, para ponerla en lugar preminente de nuestra casa, una tacita decorada con el rostro, sereno y mayestático, de la nueva reina de Inglaterra, del Reino Unido y de la Commonwealth: Camilla I, la constante. Dios salve al rey de los ingleses. Y que lo salve pronto.
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