Desde hace algunos días estamos esperando que alguien en Unidas Podemos, particularmente Pablo Iglesias, tenga un gesto de coherencia y dignidad, dé explicaciones y presente su dimisión. Exigió tantas veces las de otros políticos –y normalmente no sin razón– que ahora que le ha llegado ... el momento no lo hace ni por vergüenza ajena, ni por temor a los escraches de los mineros asturianos. Hay que tener mucho rostro, como dicen los jóvenes más o menos de su generación, para enterarse por los medios de los detalles de sus manejos de dineros públicos, mientras él mira para otro lado y aprovecha para criticar a la Monarquía como si para alguien serio fuese un tema de preocupación urgente. Quizás como políticos imberbes, y sin la más mínima experiencia en la Administración Pública, él y los suyos piensen que la gente es tonta y que a ellos se les puede tolerar todo lo que a los demás se penaliza. Rematan la acción con silencio y buscando conflictos ajenos.
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Parece que para el mes que viene, en que ya estaremos todos de vuelta a casa, y sin preocuparles la covid-19, preparan manifestaciones contra el Rey. Ellos seguramente preferirían fichar a Nicolás Maduro como presidente de la República y así tener un margen más ancho para gastar y elevar la inflación trimestral un 843%. Gracias a la Monarquía, en España hay una Constitución que les permite a ellos decir lo que dicen y hacer lo que les viene en gana.
Todavía no tuvieron tiempo ni voluntad de aprender que en política hay que adaptarse a los tiempos: no es lo mismo hacer oposición en las calles que promoverla desde los cargos oficiales. Todos los días nos desayunamos con alguna salida de pata de banco de Iglesias o de alguno de sus seguidores. Lo mismo le sirve atacar a la Corona que defender los principios independentistas de algunos partidos con los que se impone mantener respeto democrático, pero distancias políticas.
Lo más preocupante es que lo hagan incluso desde un despacho oficial y conyugal al que se agarran como lapas a la roca. La coalición de gobierno que integran no podrá salir bien ni durar mucho con personajes que no saben estar. En otros países democráticos ya habrían abandonado los cargos que les queda grandes a su talla o se les habría enseñado la puerta de salida.
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Podemos, se escucha con frecuencia, fue una reacción lógica cuando la crisis pasada y hay que reconocérselo. Su demagogia aglutinó las protestas y el malestar en un partido que recogía las protestas y seguramente se evitaron problemas mayores. Pero esa situación ha cambiado y en los nuevos tiempos sus frivolidades disuaden a semejante ilusión utópica.
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