Puede ser uno de los momentos más surrealistas de la próxima cumbre de la OTAN que se celebrará dentro de tres semanas en Madrid. Un instante lisérgico en el que Pedro Sánchez le diga a su ministro de Exteriores, José Manuel Albares, «cuéntaselo tú a ... Biden que a mi me da la risa». Y lo que el leal canciller tendrá que hacer entender al mismísimo presidente de los Estados Unidos de América, es que algunos de los manifestantes en contra de la cumbre madrileña no son airados pacifistas antisistema, sino ministros y altos cargos del Gobierno de España que cobran un sueldo público, disfrutan de un coche oficial y tienen tratamiento de excelentísimos, y excelentísimas. Tal cual.
Es lo nunca visto, el tomo más grueso de la España insólita que el sector morado del Ejecutivo protagonizará allí donde le dejen para demostrar que, como las misses de los concursos, ellos y ellas aspiran «a la paz en el mundo». Como este es un gobierno progresista, feminista y pacifista, el hecho de reunir en Madrid a jefes de Estado y primeros ministros de todos los países integrantes de la Alianza Atlántica, debe parecerle al sector morado de la Moncloa un acto intolerable en el que no está dispuesto a participar. Y no sólo pretenden manifestar su desacuerdo con una ausencia que, por otra parte, nadie va a echar de menos, sino a proclamar su postura contraria en cuantos canales tengan a su alcance. Y a fe que son muchos.
La postura de Ione Belarra, Irene Montero, Enrique Santiago, Alberto Garzón, y otros correligionarios por la paz y el desarme internacional, es absolutamente respetable. Ni un pero por eso. Lo incoherente es que, criticando abiertamente esta y otras decisiones del Gobierno, continúen formando parte del mismo sin ningún problema de conciencia. Lo lógico, cuando se está en desacuerdo con algo, es abandonar el equipo que actúa en sentido contrario a lo que uno piensa, pero los morados deben de considerar que fuera de los confortables ministerios que ocupan hace mucho frío y que cobrar una buena nómina a fin de mes es un objetivo vital al que no hay que hacerle ningún tipo de asco. Lo suyo es pura esquizofrenia ideológica: por la mañana denuncian al Ejecutivo por los contratos a dedo de suministros para la cumbre de la OTAN y por la tarde permanecen en sus sillones hasta el momento en que toca manifestarse en contra de la cumbre.
Así es todo en un equipo tan diletante y aficionado como naif. Si fuera por ellos, Europa entera no habría apoyado al pueblo ucraniano en la cruel invasión que está sufriendo a manos de Putin. Los países se habrían limitado a mirar la guerra con una rosa roja y cantando, por ejemplo, 'We are the world', cogidos todos de las manos. La inefable ministra Belarra ya dijo que la solución estaba en el bando de los países no alineados, aunque poco después dos baluartes de este movimiento, como Finlandia y Suecia, hayan decidido contradecirla solicitando su ingreso en la organización e incluso participando en la cumbre de Madrid a modo de compromiso con la defensa global del continente.
El Gobierno se instala así en el ámbito de lo irreal. Sánchez dijo en su día que jamás gobernaría con Podemos porque no podría dormir. Mejorado, al parecer, de sus problemas de insomnio, cuando despierta por las mañanas en Moncloa debe de estar ya dándose cuenta de que, en realidad, está durmiendo con su enemigo.
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