De esa luz me habría gustado hablar hoy en esta columna, de la de los ojos buenos que, en agosto, hacen temblorosos la maleta y meten en el bolso el certificado de vacunación, para volver al pueblo, a la primera línea de una playa cuadriculada ... o a pisar mirando las líneas que indican la entrada y salida del supermercado. Ignorar las consignas informativas, y glosar la luz que al atardecer borra de la retina las imágenes impuestas, las banderas y hasta los malos pensamientos. Esa luz de colores imposibles que manda el sol a la cama y enciende la luna de esos días en los que podemos ser quienes queramos. Agosto y su luz; poca en el norte, demasiada en el sur. Agosto precursor y tuneado de lo que traerá el otoño. Agosto de incendios y olas de calor que solo se soportan con aire acondicionado. Agosto de paellas y besos salados…

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Debiéramos estar acostumbrados a poner pie a tierra cuando nos perdemos en la tentación de mirar solo lo que nos conviene, a saber, que la luz que está en boca de todos no es la del amanecer en el balcón que da al mar, sinol la de la red eléctrica. Sabemos que es carísima porque nos llega el recibo y porque los informativos hablan todos los días de récords históricos que se superan como si se hubieran puesto de acuerdo con los atletas de los Juegos Olímpicos, e intentamos una y otra vez comprender el galimatías de la factura cuya suma de ítems nos produce escalofríos.

Por ejemplo, el martes pasado, el precio medio del megavatio hora fue de 111,88 euros. El problema es que yo no tengo ni idea de qué es un megavatio, y cuántos gastan mi nevera o mi lavadora, aunque mi marido haya colgado un cartelito en la cocina con los horarios verdes, naranjas y rojos que, si uno puede, debe tener en cuenta. El usuario tiene que poner la lavadora, planchar o encender el aire acondicionado en las horas valle. La palabra, que por lo visto adjetiva a esas horas de trajín infernal, convoca lo verde, la tranquilidad, la sinuosa naturaleza que se revuelve y empieza a mostrar signos de no dar más de sí. Todo lo necesario debe hacerse entre las 00.00 horas y las 7.00 para que nuestra factura no nos provoque un infarto.

Las horas valle… Las de los comercios, la hostelería, las fábricas, la vida doméstica… Las horas valle. Hace tiempo que vivimos a tientas, y lo cierto es que a todo se acostumbra uno, pero a mí me gustaría que me explicaran un poco más didácticamente, y a ser posible sin que intervenga la señora Montero, por qué el ciudadano tiene que pagar el incremento de las energías renovables y que las puertas giratorias de las empresas eléctricas sigan funcionando esté quien esté en el Gobierno.

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