El 'Universo de luz', en la Plaza de San Pablo. Gabriel Villamil

El destino del Patio Herreriano

El director del Museo de Arte Contemporáneo defiende su programación y la incoherencia de integrar en ella a Cristóbal Gabarrón

Javier Hontoria

Valladolid

Martes, 20 de octubre 2020, 07:49

Hace algo más de dos años recibí un escueto correo cuyo asunto rezaba: «Esto está bien hecho». El cuerpo del mensaje contenía las bases del concurso a la dirección de un museo, un tipo de documento que quienes nos dedicamos al arte contemporáneo ... solemos leer en busca de pistas sobre el carácter de nuestras instituciones y la salud de nuestro ecosistema cultural. Las bases, muy bien redactadas, hacían, efectivamente, atractiva la oferta, a lo que se unía la autonomía en la gestión que prometían los estatutos de la Fundación, que alegaban que las direcciones especializadas son responsables de la planificación y programación de cada uno de los eventos, programas o infraestructuras, de acuerdo con las políticas determinadas por la Concejalía, y manteniendo su total independencia funcional de la Fundación. Como debe ser, me dije. ¿Se habría presentado alguien a un concurso que no garantizara algo tan elemental? Tras dos años de gestión interina, el Ayuntamiento salió a buscar a alguien que legítimamente llevara la riendas de la institución y lo encontró.

Publicidad

El programa que presenté y que resultó ganador del concurso estaba centrado en la reivindicación del arte español en relación a la Colección Arte Contemporáneo, que, con sus más de 1.200 obras, constituye un instrumento excepcional para contar la historia del arte español nuestro arte reciente. Es el programa al que me debo y el que pretendo cumplir con la mayor coherencia que pueda con el fin de que el Patio juegue en la liga en la que ha de jugar. Por su arquitectura y su espacio, por su colección y por su formidable potencial, esa liga debe ser la de los grandes museos de arte contemporáneo de este país, con los que empieza a tender puentes con frecuencia. El año pasado nos visitaron 93.000 personas, un número nada despreciable, y el Museo se situó en el quinto lugar en la lista de instituciones culturales más relevantes de Castilla y León que cada año publica el Observatorio de la Cultura. Nunca antes había aparecido en dicho ranking. Miro hacia atrás recordando el día en el que conocí al equipo del museo y me parece mentira que sólo hayan pasado dieciocho meses.

Un día se me habló de Cristóbal Gabarrón y del interés del Ayuntamiento en una exposición que celebraría su 75 aniversario en coincidencia con el de la ONU. No me pareció una idea acertada. Permítanme aquí alguna consideración desde mi ámbito de competencia. Cristóbal Gabarrón no figura en mi programa, como tampoco ha figurado en programa institucional alguno en nuestro país en los últimos quince años. En la década larga que dediqué a la crítica de arte contemporáneo internacional, y créanme cuando les digo que vi muchas exposiciones por toda Europa, no vi una sola obra suya. Gabarrón inicia su actividad en los años sesenta, cuando se encontraba ya muy consolidado el informalismo en nuestro país y asomaban ya los primeros brotes conceptuales. No hay rastro del murciano en ninguna de estas derivas. Resulta difícil articular un discurso en torno a lo que ha realizado durante estas décadas. El desapego de Gabarrón hacia los movimientos de vanguardia no responde tanto a una voluntad de situarse en los márgenes, algo que sería sin duda loable, sino a su firme adhesión a otros circuitos, ajenos a los del arte contemporáneo y más ligados a organizaciones políticas o deportivas que a instituciones como el Patio Herreriano. Creo que alguien que dio la espalda a los discursos artísticos para abonarse a conmemoraciones y otros fastos no puede ahora esperar ser legitimado por una institución como la nuestra. Leo que su trabajo reflexiona sobre el cuerpo y el color, pero me cuesta hallar la singularidad en estas manifestaciones. Tampoco logro encontrar vínculos entre sus proyectos en exteriores y la serena y ponderada reflexión en torno a lo común que debe sustentar toda forma de arte público.

Lamento profundamente que estos argumentos hayan sido ignorados y que también lo hayan sido las innumerables alternativas que he planteado, pues mi posición ha sido activamente colaboradora, consciente del interés que el Ayuntamiento ha puesto en este asunto. Propuse múltiples espacios, pero ninguno gustó. Me pareció razonable que fuera el Patio quien acogiera el homenaje a Delibes y que fuera la Sala del Pasión la que hospedara a Gabarrón, pues me inquietaba y me inquieta la idea de que los dos vayan a compartir escenario en Valladolid y que el escritor no interprete el papel protagonista. Tampoco pudo ser.

Publicidad

Algo está fallando cuando las autoridades políticas y los responsables artísticos no vamos de la mano en la gestión de la cultura. Me asombra que una institución de la categoría del Patio Herreriano no pueda ser emblema de la cultura de una ciudad que se quiere europea, verde, innovadora y libre. ¿Por qué esta sempiterna animadversión hacia el arte contemporáneo? ¿Qué pecado ha cometido nuestro museo para estar siempre expuesto a tan dolorosas polémicas? A estas preguntas debemos dar respuesta en estos meses difíciles para saber qué museo queremos después de esto. Entre tanto, Gabarrón tendrá su exposición en nuestro Patio, pero eso no lo convierte en artista. Para mí ser artista es otra cosa. Eva Lootz es una artista.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad