El verano es momento a propósito para revisar alguna de las inercias a las que solemos abandonarnos, y en este mundo en el que vivimos la posibilidad se vuelve necesidad. Sobre todo por la cantidad de rutinas que se han colado en nuestras vidas y ... que no obedecen en realidad a nuestras decisiones conscientes, sino a la acción de las potentes herramientas para programar nuestro comportamiento a las que vivimos sometidos. Lo afirma con conocimiento de causa el investigador del MIT y teórico de internet Douglas Rushkoff, que en su libro de elocuente título, 'Programa o serás programado', recientemente publicado entre nosotros por la editorial Debate, advierte no sólo de los sesgos a los que nos precipita la interacción en la red y la utilización de sus recursos y herramientas, sino de una serie de principios que deberíamos tener presentes para desprogramarnos y volver a tomar las riendas sobre nuestros propios actos y asuntos.

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Puede parecer una meta demasiado ambiciosa: convertirse en programador para evitar ser el títere de lo que programan otros, pero, como advierte Rushkoff, no tenemos elección. Esa tecnología que invade nuestras vidas ha venido para quedarse, y hay que desarrollar estrategias para servirse de ella sin que se produzca el pavoroso efecto adverso de que sean aquellos que la programan los que se sirvan ilimitadamente de nosotros. Lo que dice el libro es de sentido común: con una mezcla de indagación, juicio crítico, reflexión y desconexión podemos reconfigurar nuestra presencia en el mundo virtual, contener sus excesos y tratar de orientar lo que la tecnología ofrece a nuestros objetivos vitales, en vez de andar correteando tras la última novedad.

Por si le vale al lector, aporto el ejemplo de una experiencia propia. Tras varios años como usuario de una muy conocida red social, practicando la interacción que en ella es común, basada en el intercambio público de opiniones, advertí que mi presencia en ella distorsionaba mi actividad y me arrojaba una y otra vez a situaciones indeseables. De entrada lo zanjé de modo drástico: con la desconexión. Pero alguien me hizo ver que podía tener sentido mantener el canal de contacto con las personas que allí me seguían, cambiando mi forma de utilizarlo. Hoy sigo en esa red, pero sólo la uso para hacer anuncios, difundir contenidos de interés y dar las gracias a las personas que me dan muestra de su generosidad. No opino, ni interactúo con pendencieros. El resultado es que la herramienta ha vuelto a resultarme útil y apenas menoscaba mi tiempo. Reprogramándola. Se puede.

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