Entre perplejo y desazonado, llevo días dando vueltas a los cinco momentazos en que dos procuradores y tres procuradoras del PSOE rechazaron la mano tendida del recién nombrado presidente de las Cortes de Castilla y León, el leonés Carlos Pollán, nombramiento legítimo y hombre que ... aguantó el tirón sin descomponerse.

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Qué contraste entre el gesto de tales procuradores y, por ejemplo, el del Rafael Alberti que la mañana del 27 de abril de 1977, a la vuelta de casi cuarenta años de exilio, proclamó bien alto nada más descender del avión de Alitalia que lo devolvía a su arboleda perdida que «salí con el puño cerrado, y vuelvo con la mano abierta», una mano abierta que esos cinco parlamentarios habrían vuelto a cerrar, me gustaría creer que pasajeramente.

Nada que ver, por cierto, con la actitud de Luis Tudanca, secretario general del PSOE de Castilla y León, ganador solvente de las penúltimas elecciones y a mi juicio demasiado castigado en éstas, que estrechó la mano del nuevo presidente con cortesía parlamentaria, lógicamente sin efusión y desde unas antípodas ideológicas manifiestas. Porque responder a un saludo no implica renuncias de ningún tipo, pero sí marca la disposición a convivir, debatir y discrepar desde el respeto al otro, lo cual constituye la esencia de la democracia y la mejor herencia de una Transición basada en la concordia.

Mucho blablablá con qué progresista, pero ¿quiénes son los intolerantes? Todos los votos valen lo mismo y, en consecuencia, lo que sale de las urnas siempre merece ser recibido, cuando menos, con educación.

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