Del despiece a Mallorca

Se prevé así que cincuenta y siete aviones aterricen en Palma de Mallorca provenientes de Alemania. En Barajas andan planificando ya los controles de los test, pero ni esto se ponen de acuerdo el Ejecutivo y la Comunidad de Madrid. En unas cárnicas de Renania, entre los matarifes –por cierto, casi todos inmigrantes del Este de Europa– se ha producido un rebrote coronavírico, y en Berlín casi cuatrocientas familias han sido confinadas en un barrio del distrito de Neukölln, por un pandémico regreso de la covid-19. Así que allí sí han cerrado al tránsito del personal la zona, acordonándola, por la gravedad de la situación, mientras se agotan los pasajes teutónicos para las Baleares. Total, que ya hay siete mil alemanes en cuarentena, pero la pasarela vacacional a España no se la quita nadie, «mein spanischer Freund».

Como curiosidad apuntemos que ayer Sánchez anunció cuatro mil doscientos millones de euros de apoyo al turismo, una campaña que para muchos, como el presidente de la Cámara de Comercio y Turismo, es insuficiente. Las vacaciones y el alemán son las dos palabras que más cotizan en nuestro tiempo, dos conceptos de nuestro imaginario que, como el futuro del país, llevan dentro el regocijo del sol, la mar salada y los erotismos de los cuerpos… y la angustia de la incógnita. El verano, lo decimos orteguianamente, «no es eso, no es eso».

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