Descreído

Frente al confort de la credulidad a tutiplén, el descreimiento es muy duro. No te permite creer a Ronaldo cuando dice que en cinco años tu equipo va a jugar la Champions League, ni a los políticos cuando mitinean delante de un micrófono en esas ruedas de prensa sin preguntas que tanto les gusta. Tampoco te crees del todo las ofertas amazonianas, ni cuando los chicos de Bezos o los de Google o cualquier otro Señor del Silicio te aseguran que no, que no, que nunca jamás van a compartir tus datos con nadie, y que el micrófono del altavocito inteligente se apaga y no cotillea tus conversaciones porque así se lo has ordenado, 'jey, gúguel'.

Del escepticismo enfermizo no se libran ni las buenas noticias. Como la de la empresa de baterías que va a invertir 3.000 millones de euros –¡el 25% del mayor presupuesto anual de la Junta!– y va a crear cuatro mil empleos. O la de los buses eléctricos. Que ojalá que sí, de verdad. Por la cuenta que nos trae. Pero qué ganas tengo de que pongan la segunda piedra. Y la tercera, y la cuarta, y la quinta... Que esta desazón del desconfiado solo se quita con realidades.