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Javier Martin / EFE
El desconcierto de las cinco

El desconcierto de las cinco

La ventana indiscreta ·

«Tras una enrevesada selección, descartando muchas posibilidades, llegué a la conclusión de que la intérprete era una joven, sola y ciega, que compartía su soledad dejando en libertad aquellas notas arrancadas a un piano desafinado»

Domingo, 11 de diciembre 2022, 00:20

El desconcierto comenzaba puntual, a las cinco en punto de cada tarde. Las notas sueltas de un piano se expandían por la calle, con un insoportable machaqueo, zarandeando el sopor sestero de un septiembre tórrido. Graves, agudas, graves, agudas… Era como si un pianista sordo ... y ciego fuera también manco y golpeara las teclas con los muñones. Aquella cadencia repetitiva acortaba distancias, superaba persianas y atravesaba ventanas, invadiendo nuestra intimidad con un descaro estridente. Como un tambor que rompe el silencio del encinar, ahuyenta a los gorriones y calla a las cigarras, llegaban los quejidos de aquellas teclas torturadas. No eran armoniosos, en ellos no había cadencia musical y estaba seguro de que tampoco obedecían al rigor de un pentagrama. ¿Qué era, a quién llamaban? Agudas, graves, agudas, graves…

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