Es ésta la tormenta perfecta que destapa las vergüenzas propias y las ajenas, incluso la borrasca oportuna que se ofrece propicia para el pillaje y la fechoría. Así que no, no es momento de mudanzas y menos para las familias. Y lo digo porque observo con preocupación cómo se están sentando las bases de un desalojo orquestado bajo la lluvia. En una de las cajas se han metido los más de 80 folios del controvertido Proyecto de Ley de Educación. La ministra Celaá, que con toda seguridad se ha beneficiado de la enseñanza concertada, la ha sentenciado abocándola a la desaparición, disfrazando la ansiedad por suprimir conciertos por una presunta equidad y excelencia del sistema. Una decisión que obligará a medio plazo a migrar a los alumnos a colegios que no han sido primera opción para sus familias.
Así se siembra una tormenta perfecta. Ya lo hizo cuando afirmó que los hijos no pertenecen a sus padres. Hoy va camino de cosechar una auténtica tempestad porque tiene a la comunidad educativa en bloque desconcertada, pero no ha conseguido empañar la consciencia de que es un derecho constitucional el poder elegir, no solo centro educativo, sino la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con las convicciones propias. Y sí, ese derecho nos pertenece, como nuestros hijos.
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