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El suspense en torno al resultado de las elecciones a la presidencia de los EE UU constituye una buena metáfora de los tiempos de incertidumbre por los que atravesamos: no se sabe quién gobernará finalmente, qué Norteamérica saldrá de todo esto, qué rumbo tomará el ... mundo, cuál será el modelo económico y social que se impondrá en los próximos años. No faltarán los que piensen o digan que es -en cierto modo- indiferente quién conduzca la gran nave estadunidense pues apenas se alterará en lo fundamental el sistema sobre el cual se sostiene y desplaza tan impresionante embarcación. El navío cuyos más leves desplazamientos o sacudidas en los procelosos mares de la historia salpican y remueven desde hace ya más de un siglo a la mayoría de las naciones del planeta. Y se equivocan.
Las maquinarias más enormes y complejas suelen ser también las más frágiles y susceptibles de que ocurran fallos en ellas. Una persona que las maneja incorrectamente, un mínimo suceso inesperado, una pieza clave que se avería, pueden desencadenar un accidente del sistema. Cuanto más no sucederá esto si quien está llamado a gestionarlo es el que cuestiona, pone bajo sospecha y amenaza con desafiar sus mismas reglas y funcionamiento. Probablemente, ningún presidente norteamericano ha atacado ni hecho más daño al propio sistema desde dentro como Trump. Por egolatría. Por inseguridad ante el temor de no ganar.
No sin motivo, pues cualquier movimiento en falso del gigante norteamericano es capaz de desequilibrar el orden global, este extraño duelo no tanto entre dos candidatos a la presidencia, sino entre dos modelos de país, ha interesado inusitadamente en España. Por primera vez -quizá- el ensimismamiento español ha alcanzado a salir de sí, abandonando temporalmente sus demonios patrios, para fijarse y hasta verse reflejado en un espejo mayor. Muchos españoles han descubierto, por esta vía, cosas que ignoraban de los EE UU: desde su complicada forma de representación política por estados y el no menos intrincado recuento de papeletas a la importancia de la separación de poderes, que -por ejemplo- concede a la Corte Suprema un poder de decisión inconcebible aquí. Lo que también debería de haber servido, y esperemos que así sea, para superar de una vez tantos clichés y estereotipos sobre los norteamericanos y Norteamérica, así como sobre nosotros mismos. Dado que algunos de nuestros conciudadanos habrán podido constatar que no hay solo una nación estadunidense, monolítica e imperialista, sino al menos dos américas, pero -como aquí también pasa- seguramente muchas otras.
El mapa electoral norteamericano hace todavía más patente algo que tampoco es nuevo, ni raro o específico de ese país: el contraste geopolítico -y demográfico- entre los EE UU de las zonas centrales, con espacios casi desérticos, y el de las costas, en general muchísimo más pobladas. Sin olvidar variados matices de carácter histórico, económico, ideológico y cultural que confieren a cada estado sus características especiales. Todo ello atravesado por un mosaico de etnias y religiones, amén de por esa antigua pugna entre unas distintas cosmovisiones del campo y la ciudad, o por los intereses -no menos divergentes- de la agricultura y la ganadería respecto a la industria: las estereotipadas caricaturas de los paletos de 'cuello rojo' versus la clase trabajadora -u obreros de «collar azul' de las fábricas-. Diversidades que van más allá de las existentes entre negros y blancos, pobres y ricos o de las heridas de guerra que aún no han cicatrizado por completo entre los estados del Norte y del Sur.
EE UU -pero igualmente el resto del mundo- se encuentran, hoy día, ante un desafío: el de reencauzar el sistema capitalista de modo que sea compatible con un futuro sostenible; sin el evidente y peligroso descontrol que supone la incidencia de determinadas prácticas energéticas en el cambio climático. Sin que el credo en un crecimiento ilimitado e inasumible predomine sobre el auténtico bienestar de la mayoría. Desarrollo no es necesariamente igual a progreso, ni el consumo a toda costa equivale a la prosperidad.
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