En una entrevista reciente ('ABC', 9 de agosto), afirma Pérez-Reverte, a quien se estima unánimemente como uno de nuestros intelectuales más lúcidos: «Nunca hemos sido menos libres. Yo viví los 70, aún bajo el franquismo, y fuera de la política, la libertad era ... absoluta. Ahora vivimos entre montones de inquisiciones. Y este puritanismo espantoso. Nunca he sentido mi libertad personal tan amenazada como en los últimos 10 años».
En los años setenta, precisamente, Richard Corbett concibió y definió el término 'democratic deficit' como la aplicación, en democracia, de praxis políticas contrarias a los principios democráticos. Quizá sea David Runciman quien con mayor hondura haya reflexionado sobre los déficit democráticos. En 'The Confidence Trap', de 2013, el politólogo de Cambridge afirma que «el sistema [de las democracias liberales] está en crisis» desde la Primera Guerra Mundial. En otro libro posterior, 'How Democracy Ends', de 2018 ('Así termina la democracia', en su traducción española), Runciman advierte de la degradación de la democracia en Occidente.
La afirmación de Pérez-Reverte sobre los años setenta reviste interés porque, según observa Runciman, las democracias occidentales han experimentado ese retroceso democrático desde principios del siglo XX. Es decir, que la democracia española, confirmada en 1978 mediante la Constitución, ha acabado por afluir a la corriente de regresión política de Occidente. Pudiera argumentarse, con Churchill, que las democracias liberales nacen imperfectas, como también pudiera lamentarse que la democracia española ha sucumbido con demasiada presteza a los déficit democráticos.
En un artículo de 2015 titulado 'Which Democratic Deficit?', Corbett, que es diputado del Parlamento Europeo por el Partido Laborista británico, defendía el Parlamento europeo como modelo de trasparencia política en contraposición al británico. En los cuatro años transcurridos desde 2015, en el país de Corbett han dimitido dos primeros ministros y se ha alcanzado una inestabilidad política desconocida desde la Primera Guerra Mundial. Las razones que explican tal inestabilidad política se han desgranado en una larga serie de ensayos y apuntan fundamentalmente a la puerilidad de las políticas económicas de Gordon Brown (según, por ejemplo, Robert Peston) y a la cultura egotista de Westminster (según Quentin Letts, entre otros).
En España, estos años discurridos desde 2015 se han saldado con varias crisis políticas y en la actualidad nos enfrentamos a la posibilidad de unas nuevas elecciones generales, que serían las cuartas en cinco años. Volviendo a Gran Bretaña, la degradación política allí se ha producido por la radicalización, bajo Corbyn y Johnson, de los dos partidos principales. Pero mientras que Gran Bretaña ha conservado (merced a su sistema electoral) el bipartidismo, en España el multipartidismo da presencia, voz y voto a los radicalismos populistas. El mayor peligro del populismo estriba en que arrastre a los partidos mayoritarios hasta radicalismos varios, como ha venido sucediendo, y en que, por esa causa y otras, la política populista colapse la democracia. El actual colapso parlamentario se debe a que, de un lado, el radicalismo de Podemos (radicalismo que desea imponer desde ministerios de peso) lastra las negociaciones con el PSOE y, del otro, a que el radicalismo del PSOE (en sus acercamintos a Podemos y al catalanismo) aborta las negociaciones con Cs.
Si bien las tres elecciones generales desde 2015 ilustran perfectamente el déficit democrático actual, Pérez-Reverte acierta al denunciar ese «puritanismo» que inoportuna nuestras libertades a diario. En España se observan, casi cotidianamente, estos déficit que Pérez-Reverte agudamente apunta. Véanse, por ejemplo, las recientes informaciones sobre la fortuna de Jordi Pujol en Andorra, quien, mientras promulgaba 'puritanamente' los supuestos derechos de Cataluña como la nación que nunca ha existido, parece que se enriquecía ilícitamente.
De hecho, Cataluña se ha convertido en la meca del déficit democrático, mediante dislates como la creación de sus 'embajadas', la subvención de los 'estudios catalanes' en universidades extranjeras, la financiación de instituciones de marcado sesgo político, etc., porque todo ello sustrae fondos que deberían destinarse al bienestar común. Aparte del secesionismo catalanista, repárese igualmente en la degradación de la Barcelona podemita de Colau, donde la delincuencia se ha incrementado alarmantemente. Sobre el sectarismo ataviado de puritanismo generalizado en toda España baste con recordar la polémica surgida por la nefanda información dada por TVE sobre la «desaparición», en la Guerra Civil, de las catorce religiosas beatificadas el pasado junio, a quienes en realidad humillaron, torturaron y asesinaron elementos republicanos.
Las deficiencias democráticas solo podrán solventarse cuando los votantes cobremos conciencia de que Podemos y los secesionistas imprimen a la política española un grado de radicalización que desvirtúa la calidad democrática. Con tres elecciones generales desde 2015 (y la que viene) y con la actividad parlamentaria moribunda, va siendo hora de que todos nos demos cuenta de ello.
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