![La democracia coja](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202109/08/media/cortadas/carcedo-kQwC-U150455851462iqF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Llevamos un montón de meses con nuestra democracia coja, con perdón. Ya somos conscientes de que en los últimos tiempos se han acumulado problemas variados, problemas de diferente índole. Uno de ellos, las secuelas de la pandemia. Otros son problemas cotidianos que se prestan a ... consideraciones más acorde con la realidad de una sociedad que evoluciona en función de decisiones acertadas, errores cometidos y comportamientos variados. Uno de ellos es político y grave, político de altura y no uno de tantos como se dilucidan a diario en los foros de debate y en el día a día de la crítica que suscita la actualidad. La democracia se fundamenta, como es bien sabido, sobre tres poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Mal que bien los dos primeros despiertan polémicas a menudo, pero están en su sitio y cumplen sus funciones.
No ocurre lo mismo con el tercero, con la Justicia, más discreto que los otros dos en su funcionamiento, pero no menos importante. Estamos en unos momentos en que la Justicia tiene que centrar sus funciones en conflictos que últimamente se están proliferando más de lo habitual entre los otros dos poderes. Y lo peor es que este poder del Estado actúa actualmente con limitaciones de su propia estructura institucional como consecuencia de la falta de renovación del Consejo General del Poder Judicial. Se trata de una situación alarmante sobre la que ya se han escuchado muchas alertas, incluso de organismos internacionales.
La falta de entendimiento entre los dos partidos más comprometidos en la búsqueda de una solución, el PSOE y el PP, viene arrastrando esta anormalidad de manera incomprensible. Pedro Sánchez y Pablo Casado, sus líderes, son dos personas inteligentes, políticos ambiciosos, pero responsables, patriotas si es que se puede usar todavía esta palabra, y se les supone la mejor voluntad de contribuir a la estabilidad nacional y al bien de los conciudadanos.
Sin embargo, no se comprende que, conscientes ambos del problema cuya solución tienen en sus manos, no sean capaces de sentarse a hablar con la cordialidad que no interfiere en las discrepancias, y poner toda la inteligencia y capacidad política que se les supone a negociar una solución. Conociendo las posiciones de cada uno y sus ambiciones, tal vez convenga recordarles que no hay problema sin solución, que la historia nos recuerda cómo negociando se han resuelto siempre los conflictos, incluso bélicos, y que su obstinación en no ceder es un pésimo ejemplo que puede revertir en un esfuerzo de sensatez recíproca que todos les acabaríamos reconociendo.
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