

Secciones
Servicios
Destacamos
Si el político e historiador francés Alexis de Tocqueville, precursor e ideólogo del liberalismo, alzara hoy la cabeza avisaría urgentemente a los líderes norteamericanos en ... liza de los peligros que corre su poderosa república presidencialista proclamada en 1787, modelo de libertades que él describió con admiración y fervor en su libro 'La democracia en América'.
Aquel nuevo régimen asentó el poder político en los principios de igualdad, individualismo y bienestar social, dos años más tarde certificados por la Revolución francesa. Alaba Tocqueville el éxito de esa democracia representativa republicana consagrada por el electorado en la elección de su primer presidente George Washington, pero anuncia el peligro de «algún político que pudiera hacer degenerar la democracia en un despotismo suavizado si los electores negaran el poder a los más virtuosos y cayera en manos de los más poderosos». No temía, sin embargo, el político francés que los ciudadanos tuvieran por tiranos a sus jefes, sino más bien por tutores incapaces de aniquilar el deseo de permanecer libres.
Es difícil hallar en el tejido fino de aquella naciente democracia americana una sola ley de los valores que rigen hoy la acción política del país más poderoso del mundo. En efecto, desde la victoria de Donald Trump hace seis años, los sueños y las iras de la sociedad estadounidense están inmersos en un clima de extremada tensión y libran una guerra de trincheras del bipartidismo con los resultados indefinidos de las elecciones intermedias celebradas esta semana.
Desde su exilio lujurioso de Florida, la sombra de Donald Trump, gran justiciero en la escena cotidiana de la política, sigue dominando un panorama convulsivo y alérgico al compromiso dos años después de su derrota en las urnas, nunca aceptada. El reparto de poderes en el Congreso y en el Senado de Washington tras esas elecciones intermedias a las presidenciales apenas da una señal de compromiso para las que tendrán lugar dentro de dos años. Los primeros indicios apuntan a una nueva batalla de Trump frente a sus adversarios republicanos de una nueva generación, algunos situados ya en primera línea tras la arrolladora victoria en las urnas del gobernador de Florida Ron DeSantis. Él encarna la joven casta conservadora que parece haber sido la gran beneficiaria de estas elecciones: el joven DeSantis niega el derecho al aborto y la restricción al uso y tenencia de armas de fuego. Su contundente victoria en Florida a sus 45 años de edad certifica todos los requisitos para complacer a un electorado que desea entregar el poder a un nuevo candidato basado en las ideas del estrepitoso Trump, pero sin él en la Casa Blanca. No ha aflorado aún en el partido demócrata la tentación de prescindir de Joe Biden, quien a sus 80 años manifiesta estar dispuesto a la reelección a pesar de sus evidentes achaques, notorios incluso para sus mismos devotos. A pesar de la victoria pírrica de los republicanos y su aparente respeto a sus viejos líderes, la señal de las urnas apunta a la desaparición de los dinosaurios.
La guerra entre líderes y 'lobbys' ha resultado ser el mejor método selectivo y de mayor eficacia en el resultado equívoco de unas enrevesadas elecciones, lidiadas por ambos partidos con muy escasas razones para cantar victoria. Con el sarcasmo que llena sus proclamas, Donald Trump pretende salvar el liderazgo de su 'Grande y Viejo Partido' con esta excusa insolente: «Si mis candidatos a diputados y senadores han ganado, mío es el crédito; y si pierden, que no me echen la culpa». Trump ha tratado de mitigar con ese cinismo, más sarcástico que amenazante, la decepción de no haber logrado la oleada de votos republicanos que las encuestas pronosticaban. Sin embargo, no ha perdido él su diabólica habilidad para mantener en sus garras a gran parte del electorado que exigía hace dos años abrirle por la fuerza la Casa Blanca a pesar de haber sido derrotado en las urnas. Las elecciones del pasado martes llevan a las dos Cámaras legislativas a una mayoría ajustada de los más leales conservadores, listos para convertir el Congreso en un polvorín. Trump ha demostrado ser perverso como gobernante, pero es un luchador que ni siquiera puede concebir la posibilidad de ser derrotado.
Su víctima más próxima es uno de sus correligionarios más peligrosos, el joven Ron DeSantis al que ya se ha enfrentado con su habitual estilo brutal, mafioso y sin escrúpulos: «Si presentas tu candidatura a la Casa Blanca, revelaré cosas terribles sobre ti: conozco más que nadie tus secretos», ha amenazado a su probable rival. En resumen, Donald Trump ha ganado en las urnas el nuevo envite electoral sin ser candidato, aunque la victoria para obtener un segundo mandato presidencial ha resultado ser una farsa, pues la ganancia de votos ha sido menor de lo esperado.
Con la fina sonrisa que acompaña a su discurso, Joe Biden ha convertido su anunciada debacle electoral en una honrosa derrota con la que sus adeptos se sienten aliviados, aunque sean pocos los motivos para alegrarse. Donald Trump, el político demagogo y alborotador que provoca la ira del pueblo contra los ricos y los poderosos, disfruta de un prestigio que alimenta los resentimientos de los estadounidenses contra las élites del poder y del dinero. Trump es vulgar, pero el ejercicio de la democracia también es vulgar, sostenía en su libro imprescindible Alexis de Tocqueville, pues la demagogia del político es también uno de los males característicos de la democracia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Conservas Nuevo Libe, Mejor Anchoa 2025
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.