Demasiadas persianas

Lagunilla tiene apenas 400 habitantes y tres bares. Son afortunados, porque un pueblo sin bar es un pueblo sin lugar de encuentro. En verano están las calles con sus sillas a la fresca o los paseos al atardecer, pero ¡ay, los inviernos! En los inviernos sólo están los bares para salir a echar una parrafada, contar la discusión con la parienta o hablar sobre el frío que hace por estas tierras.

Uno sale a tomar una y el cruce de invitaciones le lleva a volver a casa guiñando un ojo, pero socializado. En eso las ciudades tienen mucho que envidiar a los pueblos, sobre todo a los pequeños. Siguen tejiendo esas viejas redes que protegen a los suyos; que saben si un vecino lleva varios días sin salir de casa; o si hoy no hay que molestar a menganito porque han ido a verle los chicos. Puede ser contradictorio pero cuanto más pequeño sea el pueblo, posiblemente menos soledad se sienta porque más fuerte es la telaraña que los cubre.

La ciudad da anonimato y sentimiento de libertad, pero quizás adolece de exceso de individualismo o de falta de tiempo. Muchas veces los vecinos apenas se reconocen más allá del rellano, menos se invitan porque sí. Son demasiadas persianas que no se suben sin que nadie se pregunte desde cuándo.