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Lo normal es que cualquier gobierno, con independencia de la formación política que lo constituya, cuando inicia su andadura se enfrente a una empinada pendiente de aprendizaje que, con la experiencia en el ejercicio del cargo de sus titulares, se irá suavizando con el transcurso ... del tiempo.
Por eso sorprende que la característica que mejor define a este gobierno sea que parece alcanzar mayor nivel de incompetencia cuanto más tiempo permanece en el cargo. Defiende de manera vehemente su negativa a volverse menos incapaz, y no disimula en absoluto su desprecio por la experiencia y su preferencia por la demagogia y la propaganda (si se estima conveniente acompañadas por la agitación) sobre la realidad. Y, como es habitual, un gobierno que a la ignorancia une la soberbia siempre termina sembrando el caos.
Como consecuencia, en esa situación no debe sorprender la ineptitud puesta de manifiesto por el gobierno para dirigir, gestionar y controlar la crisis sanitaria originada por el coronavirus (Covid-19), así como la ausencia de decisiones dirigidas a hacer frente, con garantías de éxito, a la emergencia que provocaría la difusión del mismo en amplias zonas geográficas y en un número muy considerable de población.
Seguir el histórico de hechos relacionados con esta pandemia, desde que se tiene noticias del brote de la misma en China, provoca estupor por el nivel de impericia, incapacidad, impotencia y negligencia que pone en evidencia.
Es increíble, por mucho que algunos traten de no darse por aludidos, la ausencia de previsión para hacer frente a la más que posible emergencia sanitaria, sobre todo cuando se ha dispuesto de capacidad de respuesta para ello, así como para realizar simulaciones con distintos parámetros que originasen también la posibilidad de analizar, y obtener conclusiones, para hacer frente a diferentes niveles de contaminación biológica.
Y hubiesen sido de gran utilidad, sobre todo cuando realizar una simulación parecida a la denominada 'Crimson Contagion', por ejemplo, hubiese servido para comprobar si el Gobierno estaba preparado para una pandemia. Con un escenario en el que un brote de virus que afecta a las vías respiratorias, que comienza en China y rápidamente se extiende por todo el mundo, el ejercicio habría puesto de manifiesto la previsible escasa dotación presupuestaria, la probable deficiente preparación y la caótica coordinación con las que el gobierno se iba a enfrentar con un virus que no tenía tratamiento.
Es muy probable que de haberse realizado, la ausencia de voluntad política no hubiese permitido corregir todas las vulnerabilidades, pero no se hizo y ahora las consecuencias se están desarrollando en tiempo real.
Lo evidente es que no admite justificación la reacción sumamente tardía del gobierno en la adopción de medidas dirigidas a prevenir la propagación del contagio entre la población, como en la ausencia de disposiciones dirigidas a disminuir la deficiente coordinación entre los distintos niveles de la administración del Estado.
No se puede entender que, con datos reales ya disponibles de la enfermedad en territorio nacional, el día 8 de marzo hubiese manifestaciones de cientos de miles de personas en muchas ciudades españolas, a las que asistieron componentes del Gobierno y otros altos cargos de la Administración del Estado, y que el día 14 el Consejo de Ministros se viese obligado, para tratar de hacer frente a la crisis sanitaria, a aprobar el Real Decreto por el que se declara el estado de alarma en todo el territorio nacional.
Es un acierto haber organizado un mando único sanitario nacional. Entre otras cosas porque es un principio logístico el que la escasez de recursos críticos obliga a la centralización en la gestión de los mismos. Pero no han sido adoptadas medidas eficaces para contrarrestar el descontrol existente, como resultado de la cesión de competencias sanitarias a las autonomías (y, además, con diferente nivel de descentralización en casi cada una de ellas), para obtener el máximo rendimiento del tiempo disponible, para agilizar procedimientos y para simplificar la complejidad de protocolos.
El resultado es que la impresión que se ha transmitido a la sociedad es que se ha convertido en un carajal toda la organización de la gestión sanitaria en España. Y, de manera lamentable, esa descoordinación es la que aparece como responsable de haber provocado, en momentos cruciales, el desabastecimiento de equipos de protección individual e incluso, como es el caso de los respiradores o kits de test de contagio, del material necesario para el tratamiento de las personas afectadas por el virus.
Alguien debería dar explicaciones al pueblo español, que tiene todo el derecho a obtenerlas y, de estimarlo oportuno, de exigir responsabilidades.
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