El 25 de mayo de 1975 Miguel Delibes pronuncia su discurso de ingreso en la Real Academia Española con el título 'El sentido del progreso desde mi obra'. Con toda seguridad muchos de sus compañeros académicos quedarían sorprendidos al enfocar tan señalado acontecimiento con un ... tema no eminentemente literario, cuando en su mochila de escritor ya contaba con títulos de sobrado reconocimiento. Sin embargo, y con sus propias palabras, se inclinó por dedicarlo «a la protesta contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada». Los valores ambientales y la defensa de la Naturaleza fueron el objetivo de una de sus principales preocupaciones y, puesto que la oración solemne de incorporación de los académicos es de libre elección, tras previa y meditada exploración de posibilidades y de una razonada conclusión, lanzó el órdago y proclamó alto y claro «¿Por qué no traer a la Academia una de las preocupaciones fundamentales, si no la principal, que ha inspirado desde hace cinco lustros mi carrera de escritor?».
Desde ese momento y a partir de esa afirmación el discurso de ingreso de Delibes en la Academia se incorporó al escogido elenco de personas que fueron capaces de vislumbrar la amenaza que se cernía sobre los sistemas ecológicos de nuestro Planeta Tierra, denunciando el impacto del desarrollo en las relaciones entre la especia humana y la Naturaleza.
Hay que resaltar que cuando ve la luz el compromiso público y directo de Delibes con la conservación del medio ambiente, ante un auditorio tan notable, la comunidad internacional estaba encendiendo las primeras alarmas por evidencias en los efectos negativos de un progreso industrial que disparaba con consumos energéticos todas las partidas impuestas por un desarrollo acelerado. Todavía no se había bautizado oficialmente el término Desarrollo Sostenible, término que en el momento que se escriben estas líneas es considerablemente frecuente en los titulares de todos los medios de comunicación y ocupan un espacio igualmente significativo de las redes sociales.
Resulta asombroso cómo Delibes llega a la misma conclusión fundamental que científicos pioneros en la defensa medioambiental, para definir su concepto de ética con la Naturaleza cuando en su discurso dice: «Todo cuanto sea conservar el medio es progresar; todo lo que signifique alterarlo esencialmente es retroceder».
Solamente tres años antes se había celebrado en Estocolmo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, donde se puso de manifiesto que la responsabilidad en la preservación de los recursos naturales del planeta, en beneficio de las generaciones presentes y futuras, recaía en la especie humana, y en consecuencia su planificación en el contexto del desarrollo económico.
Nueve años después de la exposición de Delibes ante la RAE, la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, creada por la Organización de las Naciones Unidas presenta su primer informe, 'Nuestro Futuro Común', donde aparece por primera vez el concepto de 'Desarrollo Sostenible' como aquel que satisface las necesidades actuales sin menoscabar la capacidad de las futuras generaciones de poder hacer lo propio. Y 19 años más tarde, la Unión Europea presentaba la Carta de las Ciudades Europeas hacia la Sostenibilidad, comprometiéndose a participar en las iniciativas locales de la Agenda 21, con los objetivos de preservación del capital natural, no contaminación y mantenimiento de la diversidad biológica.
Mientras, en España se balbuceaban de forma tibia y poco efectiva los intentos de acomodo a las exigencias de la lucha contra la contaminación y la defensa del medio ambiente, pecando de enfoques excesivamente sectoriales, muy alejados de los planteamientos integrales y más modernos que estaban empezando a ser implantados en algunos países.
Miguel Delibes comparte en sus declaraciones literarias los planteamientos del Manifiesto del Club de Roma de 1968, proclama abiertamente en la novela 'Parábola del náufrago' su oposición al sentido moderno del progreso, y propugna por un desarrollo sobre bases diferentes a las que hasta ese momento habían prevalecido. En sus propias palabras comenta que «la industria se nutre de la Naturaleza, y la envenena y, al propio tiempo propende a desarrollar complejos cada vez más amplios, con lo que día llegará en que la Naturaleza sea sacrificada. Pero si el hombre precisa de aquélla, es obvio que se impone un replanteamiento».
En su día, Delibes fue tachado de reaccionario por esgrimir planteamientos que enfrentaban la Naturaleza a la tecnología, pero él mismo manifiesta que, ya en ese momento, se podía demostrar lo contrario y argumentaba que «el verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, y establecer las relaciones entre la especie humana y la Naturaleza en un plano de concordia». Termina concluyendo que ese era su credo y «por hacerlo comprender venía luchando desde hacía veinticinco años».
Trasponiendo esa lectura a la situación actual, con otros cuarenta y seis años añadidos de desarrollo, cargados de avisos y alarmas sobre la degradación del planeta, aportados por cientos de científicos con abundantes pruebas sobre los impactos ambientales causados, a todas las escalas, y prácticamente en todas las regiones y territorios, se volvería a repetir la misma pregunta: «¿Es serio afirmar que la actual orientación del progreso [desarrollo] es la congruente?» Seguramente la respuesta reflexiva también sería análoga: «Si progresar es hacer adelantamientos en una materia, lo procedente es analizar si estas mejoras implican un retroceso en otras y valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica».
Delibes dedica una parte importante de su discurso a dejar patente las agresiones contra la Naturaleza y a resaltar que los beneficios a corto plazo son una trampa a plazo algo más largo de la que habrá que librarse antes o después. En 1975 Delibes decía que «el hombre de hoy usa y abusa de la Naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro. La Naturaleza se convierte así en el chivo expiatorio del progreso». Por ello sugiere aplicar un principio elemental y generalizable a todo el espectro biológico: «Toda idea de futuro basada en el crecimiento ilimitado conduce al desastre».
Pero lo realmente lamentable y desalentador de todos los planteamientos y razonamientos que vierte en su discurso de 1975, es que son aún mucho más trágicos cuando se cumplen 46 años de su solemne presentación ante los académicos de la RAE.
Sean pues estas líneas un reconocimiento ante la persona que supo advertir sobre el impacto humano sobre el Planeta, ahora cuando hace tan solo unos días la Junta de Castilla y León renovaba el compromiso y evaluaba el estado de cumplimiento con los Objetivos de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, que recuerdan con asombroso ajuste el guion del discurso de Miguel Delibes en un ingreso en la Real Academia. Y como homenaje a su figura y pensamiento, en el centenario de su nacimiento, mantenemos en este alegato, tal y como él hacía, la palabra Naturaleza con mayúscula.
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