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Cuando no hay toña de por medio, me gusta escribir en lo de Alvarito. Es una cueva donde suena Loquillo y me dejan entrar a Lupo y hay como un Seat empotrado en la pared que nos da luz a los parroquianos. Allí, releo ... a Delibes con un margarita -magnifíco- merecido cuando hemos terminado el duro bregar, el de las taquicardias y los infartillos.
Sé, por esta serendipia de maestros de Parquesol, que en Madrid ha ido el 'todo Madrid' (sic) a ver lo Delibes. Delibes odiaba el caos de Madrid -comprensible-, y resulta que Madrid se le ha abierto en canal. En Madrid se lee mucho a Delibes, Lola, de la Librería Alberti, lo tiene en el escaparate y Pepefé sabe que hay niñas de Argüelles que leen 'El camino' en el metro.
Delibes habló de la despoblación mucho antes de que un editorialista subidillo inventara eso de «la España vaciada». La cosa es que el Rey y el régimen del 78 han rendido homenaje en la Castilla media a Miguel Delibes y entendemos que en el rompeolas se puede poner más en valor el centenario Delibes, que nos es tan contemporáneo. Yo a Lupo le cuento quién fue el Nini, de la misma manera que la Reina le cuenta a Leonor el dolor de dejar la aldea de 'El camino'.
Lo que sé es que yo en Madrid he leído a Delibes y he soñado en Sedano desde un altillo en la calle de Fuencarral. El doctor Martínez Manjarrés me decía que era una bellla sublimación y por eso no hay escritor que aguante mejor una relectura.
Madrid y Delibes han hecho las paces en el silencio de ultramundo de la literatura. Yo me alegro. En Sedano hay fiesta mayor con felicidad y silencio norcastellano. Delibes lo merece. Y Umbral.
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